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viernes, 15 de noviembre de 2019
El Buen Fin y el destino de AMLO
Enrique Quintana
Hoy comienza El Buen Fin, que pretende mantenerse como una de las temporadas más importantes del año para el comercio minorista, y por lo mismo, una de las últimas oportunidades para mejorar las cifras de 2019.
El consumo privado, de acuerdo con las cifras del Inegi, creció en los primeros ocho meses del año en 0.9 por ciento en promedio.
En el mismo plazo del año pasado, el consumo había crecido en 2.5 por ciento; en 2017, la tasa fue de 3.6 por ciento, y en 2016 fue de 4.5 por ciento.
La desaceleración del consumo es manifiesta a pesar de que en 2019 el crecimiento de la masa salarial real del sector formal de la economía, superior al 5 por ciento, es la más elevada de todo el periodo referido.
Pero, además, el financiamiento al consumo de la banca comercial, aunque también se ha desacelerado, mantiene una tasa real positiva de 2.6 por ciento.
Es claro que el freno del consumo tiene que ver sobre todo con la cautela de los consumidores.
La razón por la cual la gente no gasta a pesar de que un grupo importante tiene más dinero o puede acceder a más, tiene que ver con el temor.
No se trata de que más gente esté perdiendo la capacidad de pagar sus créditos. Los índices de cartera vencida no se han disparado. La mayor parte de la gente sigue cuidando su crédito si su ingreso les permite.
Todo parece indicar que el tema principal es el ánimo y la expectativa.
Hay quien señala que hay que evitar endeudarse en la coyuntura de El Buen Fin ante la incertidumbre que existe.
Si todo mundo hiciera caso a este consejo tendríamos un desplome del consumo.
La gente, afortunadamente, es realista y aprovecha las oportunidades.
Sabe que tiene que hacer uso de los descuentos o incluso de las condiciones de pago para comprar lo que no se podría en otras condiciones.
El resultado del consumo es crítico, pues salvo que hubiera una gran sorpresa, no habrá ningún cambio relevante en materia de inversión productiva en los próximos meses.
Más allá de los datos corrientes, mientras no se modifique la expectativa, las cosas seguirán igual.
Y lo peor del caso es que pareciera que, para el gobierno, el tema de la formación de expectativas de los consumidores es algo irrelevante.
López Obrador no entiende que muchas decisiones económicas se toman en función de las expectativas. Y si éstas no son positivas, influyen negativamente en la inversión y el consumo.
El gobierno tendría en su mano la posibilidad de cambiar esta expectativa, si cambiaran ciertas decisiones claves.
Tal vez por un cierto tiempo, López Obrador y su equipo han podido obviar el tema de las expectativas de empresarios y consumidores.
Sin embargo, en la medida que el tiempo pase, será evidente que este cuadro no puede sostenerse.
Si no hay cambios de las políticas públicas que generen nuevas señales de confianza, el riesgo de una recesión que se extienda hasta por dos años va a hacerse presente.
Si hay rectificaciones, el impacto puede ser mayúsculo.
Hace muchos años que los políticos y los economistas descubrieron que la generación de expectativas era algo determinante de los resultados de la inversión, el consumo o de las elecciones.
López Obrador ganó por ello.
Para la 4T sería una tragedia ignorar las razones por las cuáles tuvieron éxito, y que ahora podrían ser la raíz de su fracaso.
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