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domingo, 21 de agosto de 2016

El triunfo cultural del crimen



Salvador Camarena



En las primeras planas de ayer apareció una de las actrices más famosas de México. Cachete con cachete, Kate del Castillo y Alfredo Guzmán, hijo del narcotraficante más famoso de México, sonríen a la cámara en la imagen que imprimieron los diarios de este jueves. Levante la mano quien desee su selfie con el hijo de un capo.

En las primeras planas de hoy viernes aparecerá la noticia de que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha concluido que la Policía Federal ejecutó a 22 civiles –presuntos integrantes de un grupo delictivo– en Tahuato, Michoacán, en mayo de 2015. ¿Alguien quiere una selfie con la Policía Federal?

En México, los narcos son leyenda y la policía avergüenza. Los gobiernos, y ello quiere decir la sociedad, que es la que pone y quita a sus representantes, no han podido consolidar una fuerza policial cuyos integrantes sean no sólo una referencia del Estado de derecho, sino incluso una imagen aspiracional.

Los narcotraficantes se han vuelto un preciado objetivo de los periodistas. El Chapo y Caro Quintero son personajes dignos de un cuestionario, claro está; el problema es que en el bando opuesto, entre los representantes de la ley, no hay figuras emblemáticas ni símbolos de nada que no sea escándalos por abusos, crímenes, negligencias (fuga en el Altiplano) y omisiones.

Los sexenios pasan y la historia se repite. Al arranque de cada administración se escuchan grandes promesas de que habrá nuevos y mejorados cuerpos policiacos, y al transcurrir el tiempo lo único grande es el escándalo. Si Genaro García Luna tuvo en Florence Cassez suWaterloo, Miguel Ángel Osorio Chong tiene hoy la responsabilidad última de los graves abusos en Apatzingán, Tanhuato, Nochixtlán…

Cada caso es al mismo tiempo de una gravedad singular y una muestra de un patrón: tenemos una Policía fuera de control y de controles. Una Policía impune con un jefe empoderado. Los escándalos parecen no afectar en nada al comisionado de la PF, Enrique Galindo, que ha sobrevivido a dos titulares de la Comisión Nacional de Seguridad, y que ayer muy firme aparecía al lado del actual titular de la CNS, Renato Sales, que nada tardó en salir a los medios a contradecir la conclusión de la CNDH, y a respaldar a Galindo. ¿No será que la PF ya tiene un autogobierno y que el gobierno ya no puede con ellos?

Una Policía que no se depura, que no purga sus males, nunca podrá constituirse en la imagen de la ley. Nunca podrá convertirse en símbolo que contrarreste o minimice una cultivada fascinación por los criminales.

Y un gobierno que no controla a sus policías se queda igualmente sin argumentos para el uso legítimo de la fuerza.

La ley no tiene voces que hablen por ella en México. ¿Alguien recuerda una entrevista digna de ese nombre con la señora Arely Gómez, procuradora general de la República? Puestos en esa tesitura, ¿alguien recuerda una acción de la fiscal Gómez, digna de encomio y reconocimiento? O sea, ni su voz ni su actuar dicen mucho.

Si las contradicciones en que incurrió el gobierno tras Nochixtlán ya habían hecho mella en la voz de Renato Sales, al confrontar ayer a la CNDH y respaldar a Galindo, el comisionado nacional de Seguridad deja al gobierno sin un solo representante creíble en el tema policial.

En el país que sabe de memoria nombres, motes y lances de los criminales, quién quiere una entrevista con la policía y, sobre todo, con cuál policía.

Una ley sin rostro ni voz: el triunfo cultural del crimen.

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