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lunes, 25 de julio de 2016

Las ciudades, los migrantes y los extranjeros

Juan Carlos Narváez Gutiérrez |



Usted persona migrante, extranjera o nativa, lectora de este blog, el día de hoy podrá disfrutar de un relato en tres tiempos y espacios. Las líneas que siguen, dibujan de manera breve, a manera de postales polaroid, algunas ideas sobre el tránsito, el habitar y la construcción social e imaginaria del ser migrante en este México fronterizo, céntrico y sobre todo periférico.
• La frontera norte. Cuenta el dicho popular: tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Por años, en el imaginario social y simbólico del México (centralista, independiente, conservador, autoritario, esquizofrénico) la representación del ser (e)migrante encarnaba como tipo ideal a aquellos mexicanos originarios de regiones del México del occidente agrícola que iban al Norte (Estados Unidos) a trabajar en la industria agrícola de la California del otro lado. Asociada a esta imagen construida rondan muchas ideas y constructos sociales como la del bracero (personaje histórico del México del siglo XX –mi bisabuelo por ejemplo-), el expatriado, el mojado, el pocho, el pachuco, el chicano, el cholo, el sureño (13), el norteño (14), el pollo, el que está aquí y allá, el ausente siempre presente, el transnacional….. La frontera norte, desértica, ruda, amorosa, hostil, abrazadora y brava como su río, ha visto llegar, cruzar y volver a mexicanos, del sur al norte y de todos sitios, culturas y lenguas, mixtecos, nahuas, otomíes, chilangos, jarochos, zacatecanos, tapatíos, triquis, mestizos y mayas, en su ir y venir han poblado y recreado nodos sociales, culturales y migratorios, interviniendo la tierra porosa de la (in)migración hasta tocar fondo de este y del otro lado, porque ahí en esa frontera norte, a los Estados Unidos se le llama el “otro lado”, así de incierto, de borroso, de misterioso y a la vez conocido y odiado y anhelado. La línea, la garita delimita las identidades, el ser o no ser migrante y sus múltiples formas de llamarse fronterizo, commuter, migrante no migrante. En la frontera se (in)migra, se (e)migra, se (trans)migra, se retorna, todo en un abrir y cerrar los ojos, de la noche a la mañana.
• La frontera sur. Esta es la otra frontera, en ella, el migrante es otro, viene de abajo, de la otra América, la del centro, la que estuvo y está en guerra, la del centro y la del sur, el sur-sur más allá de lo que el oriundo ve y sabe, como dicen lo de ahí, los que nacieron y viven su frontera sur. El sur con y sin frontera, con garita y sin garita ha visto llegar y pasar migrantes de lugares que nunca habían oído nombrar. Esta frontera parece que aparece desdibujada, silvestre, virgen, selvática, pero no lo es, ella, se levanta como cicatriz interna de la exclusión, es y no es una zona limítrofe, se vive y se trabaja de manera transfronteriza (implícita, marginal, y periféricamente). Es rebelde y acogedora, aquí el migrante es el pariente, el amigo, el que le tocó nacer de un lado y no del otro; aquí algunos fronterizos se llaman igual, hablan igual y sazonan igual desde antes de que lo que se levanta como límite fuera garita presente. La vida transfrontera, la del ir y venir, la que fue y ya no es más, tierra de refugio guatemalteco, la de las tarjetas de visitante y trabajador agrícola o no agrícola, también es la puerta de entrada y salida para los migrantes que van en tránsito hacia la Norteamérica. Y aunque desde hace más de treinta años han cruzado por la región del sur de México no fueron -sino hasta que su camino se volvió tragedia (mutilados, secuestrados y asesinados –los 72-)- visibilizados por el México profundamente oscuro.
• La frontera vertical. Ciudad de los palacios, cosmopolita y acogedora, eso se dice, o decía de la ciudad de México, del centro del país. Ahí se define otra forma de frontera, política e invisible, burocrática, la que significa y dicta y vigila la diferencia, la que coloca de un lado al migrante y del otro al extranjero. El centro ensimismado, indiferente, turista, global, parece que sería el lugar más natural del migrante, pero no. La ciudad no acostumbra ser tocada o violentada por la diferencia, es tímida y conservadora, frente a esta, la frontera norte y sur son abiertas y generosas, amables con el cambio. La ciudad no acepta permanencias; aquí el migrante no es extranjero, el extranjero es turista o inversor o político o intelectual. El imaginario migrante se construye desde la periferia, y así se le teme e invisibiliza.
(E)migrante, (in)migrante, (trans)migrante, migrante, ¿quiénes son? ¿quiénes somos? ¿cuál es punto de partida de nuestros imaginarios sociales para definir al migrante y al extranjero? ¿Se trata de encontrar vasos comunicantes o se trata de establecer claramente diferencias e imaginarlas irreconciliables? ¿Permanencia o impermanencia? ¿Migrar? ¿Libertad? ¿Extranjería u otredad? En cada sitio se recrean los significados de lo social, sin embargo, ante algunas preguntas y definiciones quizá es necesario construir horizontes más allá de lo que se logra a simple vista imaginar.

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