Alberto Núñez Esteva
Triste noticia, aunque no sorpresiva, la que revela el estudio de latino-barómetro 2015, realizada en países de América Latina y el Caribe y dada a conocer hace unos cuantos días.
Efectivamente, México ocupa el último lugar en satisfacción ciudadana con la democracia en la región latinoamericana, al revelar dicha encuesta que sólo el 19% de la población dice estar satisfecha con el funcionamiento de la democracia en nuestro país. La media latinoamericana muestra un 37% y el mejor calificado es Uruguay, con un 70% de satisfacción.
Después de Uruguay, Ecuador (60%), R. Dominicana (54%), Argentina (54%), Nicaragua (48%) y Bolivia (48%) ocupan los primeros lugares. La media se sitúa en 37% y países cercanos a nosotros por su mala calificación, son: Brasil (21%), Paraguay (24%), Perú (24%) Colombia (27%) y Guatemala (27%).
México, desde 1995, ha tenido significativas variaciones en la satisfacción ciudadana con la democracia, obteniendo su mejor calificación en 1997 con un 45%, ligeramente arriba de la media latinoamericana y su peor calificación en el año anterior a ese, con un 12%.
Lo cierto: México está profundamente insatisfecho con la democracia que opera en nuestro país desde 1995, año en que empieza la encuesta, y en este último año ocupa uno de los peores lugares de los últimos 20. A pesar de esta pésima percepción, hoy en día el 48% afirma que ésta, la democracia, es preferible a cualquier otra forma de gobierno, registrando un aumento del 11 puntos respecto a 2013. En 2006 el porcentaje de satisfacción era del 41%, lo que implica un peligroso desplome en los últimos 9 años hasta alcanzar el 19% antes mencionado (Reforma, 26 de septiembre del 2015).
México esperaba más del régimen foxista, primero en donde verdaderamente podemos hablar de democracia y lo mismo con Calderón y con el propio Peña Nieto. Las diferencias entre las expectativas (sean éstas justas y realistas o no) y lo que ha sido la cruda realidad, son abismales, aunque debemos reconocer que instaurar un régimen democrático en un país sumergido durante decenas de años en la llamada por Vargas Llosa “la dictadura perfecta”, es una tarea titánica y sus resultados los estamos viendo.
Esperábamos que la política ejercida a través de la democracia nos impulsara a un mayor crecimiento económico, y éste no sólo no se ha dado, sino ha sido por decenas de años, verdaderamente raquítico. El régimen democrático no nos ha dado prosperidad económica, al contrario, nos hemos tenido que apretar el cinturón porque la generación de nuevos empleos ha sido mucho menor de los que se requieren, y , además empleos, muchos de ellos, informales y de baja remuneración. La economía informal ha continuado ocupando enormes espacios, con todo lo que esto trae aparejado. Decepcionante, verdaderamente decepcionante el desarrollo económico de México en los últimos 20 años, al ser éste una de las grandes exigencias y necesidades de nuestro país, pues en base a dicho crecimiento se generan los empleos dignos que tanto requerimos.
La tranquilidad física es otra de las grandes exigencias de la población y lo cierto es que la violencia, provocada entre otras cosas por el narcotráfico en donde los políticos se encuentran frecuentemente involucrados, se ha manifestado con toda brutalidad en varias áreas de nuestro territorio con todas las consecuencias que de esto se deriva para la ciudadanía y para las empresas que operan bajo la amenaza o el cohecho de los narcotraficantes ¡Qué difícil es atraer inversiones generadoras de empleos dignos bajo estas condiciones!
El narcotráfico es un problema de dimensiones incalculables, que no ha sido apropiadamente combatido. El Papa Francisco lo acaba de señalar en su reciente discurso en la ONU. Hizo énfasis en las gravísimas repercusiones sociales, económicas y políticas que esto ocasiona. Su crítica la sentimos en carne propia aún cuando él se refería a un problema de índole mundial. Narcotráfico capaz de arrastrar por su influencia, dado el inmenso poder económico que tiene y todo lo que se deriva de ello, a políticos, ciudadanos de a pie, empresarios, y hasta algunas iglesias que reciben narco limosnas de sus ¿feligreses?
Sí, la violencia es también un enemigo de la democracia y no puede pasar desapercibida.
Por otra parte, me gustaría destacar el pobre papel de los partidos políticos, de todos sin excepción, que no han podido representar los legítimos intereses de la ciudadanía y han caído en actos manifiestos de corrupción. Su desprestigio ante los ojos de la ciudadanía es manifiesto y su daño a la democracia es evidente. El comportamiento, por mencionar sólo un caso, del Partido Verde Ecologista ha sido nefasto, arbitrario y corrupto, y el sistema en el gobierno paga la cuota a éste, su aliado encargado de hacer el trabajo sucio del PRI, nombrando subsecretario de Prevención de Participación Ciudadana de la Secretaría de Gobernación a uno de sus más corruptos dirigentes, el señor Arturo Escobar. El enojo y rechazo de la ciudadanía a este nombramiento, ha sido manifiesto, pero “la culpa no la tiene el indio, sino el que lo hace compadre” dice un popular dicho mexicano.
¿Podemos estar satisfechos con nuestra democracia? La calificación es de 19 puntos, la más baja de Latinoamérica. Nos la hemos ganado a pulso.
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