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miércoles, 15 de octubre de 2014

Deslindes: Acorrala la Impunidad a los Políticos


Tanto miedo infunde a la clase política que el mundo sepa la bárbara realidad de México, por cuidarse falsas imágenes, que al gobierno le nació de un día para otro un desusado interés por los derechos humanos y la justicia apenas hubo protestas del extranjero por el secuestro y la matanza de Iguala y el fusilamiento de Tlatlaya, cuando el país consagra a la impunidad más de 100,000 asesinatos y 30,000 desapariciones forzadas durante la guerra contra el crimen organizado de 2006 a octubre de 2014.

Ignorante de su responsabilidad como presidente de la república, el señor Peña Nieto trastabilló en su respuesta inicial, esta vez sin libreto ni apuntador, al bote pronto de una pregunta reporteril, con un evasivo echarle la culpa al gobierno local de Guerrero (equiparable al “¿y yo por qué?” del frívolo y deslenguado Vicente Fox), por la barbarie con que autoridades y mafiosos secuestraron, desaparecieron y, al parecer, asesinaron y quemaron a 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa entre el 26 y 27 de septiembre pasado.

A partir del deslinde y toma de distancia del inquilino de Los Pinos del inhumano y horroroso pasaje de Iguala, como si Guerrero fuera un territorio ajeno a México o, por comparación, Obama desistiera de involucrarse en algún incidente grave que surgiera en Texas, las voces oficiales repitieron a coro el desafortunado dicho presidencial en los días posteriores, para lavarse las manos, al paso en que la comunidad internacional, desde la ONU y la OEA hasta el gobierno de los Estados Unidos y la Comunidad Europea, iba ya enterándose y exigía que el Gobierno Federal asumiera con seriedad su responsabilidad y esclareciera a la brevedad este hecho que ha levantado protestas e indignación en todo territorio nacional y en el extranjero.

Por los medios sabidos el gobierno ha pretendido ocultar, con el indecoroso control de casi toda la prensa, la escalada de violencia que sufre la nación con decenas de miles de asesinatos, secuestros, desapariciones, robos, extorsiones y otros atentados, cometidos por el crimen organizado y las propias autoridades, para que los gobiernos e inversionistas extranjeros crean, atrapados en la inocencia, que por acá los mexicanos estamos en un paraíso, mientras la verdad remite a los infiernos referidos por Martín Lutero a propósito de la violenta actitud de papas medievales dados a jugar a la guerra para ganar poder, como “Julio II, ebrio de sangre”.

Acorralados por la impunidad ante la suma de los delitos y sus protestas a nivel general que vienen cayendo en cascada dentro y fuera del país, como una amenaza a su apoltronada negligencia, los políticos del gobierno y los partidos forzados por el reclamo ciudadano y de instituciones y gobiernos extranjeros han reaccionado como si en efecto hubiera preocupación por el polvorín que se abate sobre el país, agobia a la sociedad y arrastra al caduco régimen a un desenlace imprevisible si continúa con la inercia de escabullirse de los problemas por comodidad, ineptitud o complicidad.

El teatro de los hacedores de imágenes de saliva y oropel se desplomó con estrepito, ya sin el frágil sostén del discurso mentiroso, con la brutalidad de Iguala y el descubierto salvajismo de Tlatlaya: A pesar de las desesperadas maniobras oficiales, ambas tragedias quitaron el velo al mundo real con cuya falsa visión el gobierno creyó que podría tapar el sol con un dedo con la ayuda de la penosa docilidad de las consciencias periodísticas afines que, con sus excepciones, volvieron a ponerse en ridículo con su lacayuna forma de comunicar.

Por indolencia, incapacidad o temor a enfrentarse a la realidad con acciones efectivas y honestas como la de admitir de entrada que el crimen organizado suple a las autoridades o las tiene a su disposición en muchas regiones del país, el gobierno y los partidos han caído de la gracia de los ciudadanos y, donde quiera uno escucharlos, desde hace tiempo los tildan de servirse de complicidades que incluirían la fluidez de recursos ilícitos a campañas políticas, e inclusive la compra de candidaturas a puestos de elección.

Después de la frustrada transición a la democracia, porque el monstruo superaba las fuerzas y la voluntad de los protagonistas y faltaba el ingrediente de la honestidad, la clase política vive hoy la etapa más crucial de su magna obra: la descomposición de un sistema que se reparte los recursos del país entre las mafias de los partidos y sus socios de las grandes corporaciones empresariales domésticas y transnacionales adictas a la corrupción y la rapiña por donde saltan al estrellato de las listas de Forbes con asombroso tiempo y facilidad sólo concebibles en los fantásticos cuentos de de Las Noches Arabes.

Aun los partidos de oposición, como parte activa y actuante y beneficiaria de la tragicomedia nacional, a la par con los empoderados en el gobierno en estas primeras décadas del siglo, alcanzan un alto porcentaje de culpa de que el país se halle al borde de peores escenarios más allá de la violencia cotidiana de los delincuentes y los policías y militares, bajo riesgos de conflictos sociales que crearían más inestabilidad e ingobernabilidad si las autoridades continúan con la práctica de atender los problemas con la simulación y dejan como único camino viable las calles para que la sociedad tome rumbos inciertos en busca de soluciones y respuestas a sus carencias.

Flotan muchas preguntas sobre las torpezas e indiferencia de los gobiernos de todos los niveles, siempre que deben proceder con celeridad ante cualquier situación grave. Algunos politiquillos han dejado crecer los conflictos hasta estallarles en sus carotas y otros, cuando les surgen de la nada, tiran culpas a los demás, esconden su cabeza de avestruz, condicionan su odiosa permanencia en sus puestos a que le revoquen el mandato o crean cortinas de humo y otros fuegos artificiales, muertos de ansiedad y pavor por distraer la atención a otros escándalos; pero a la gente ya nadie puede engañarla.

Todos los actores políticos y la sociedad y los gobiernos extranjeros, saben que México es el país de la impunidad para los delincuentes del crimen organizado y para los gobernantes corruptos y autoritarios de la clase política, golpeadores de inconformes.

Salvo unas cuantas venganzas políticas, ningún pez gordo se encuentra preso. ¿Adónde han ido a parar los autores materiales e intelectuales de los más de 100 mil muertos y 30 mil desaparecidos durante esta guerra contra el crimen organizado? Andan libres.

La verdad de Tlatlaya e Iguala que la casta gobernante quiso esconder debajo de la alfombra, o minimizarla antes de haberla visto dándole vueltas al mundo, ya zarandeó las estructuras del sistema y arrojó al cesto de la basura la ilusoria imagen que se había creado con golpes de publicidad con falsedades, con verborrea y con demagogia, para allegarse simpatías e inversiones que – confiaban – vendrían a instalar al país en el primer mundo.

Por lo demás la gente descontenta de entre el pueblo y los estudiantes, volvió a las calles con sus demandas insatisfechas y con la idea que repitiera Lutero cuando en 1520 enfrentaba con su reforma la desigual fuerza papal, con sólo parafrasear el Eclesiastés: ya ha pasado el tiempo del silencio y ha llegado el tiempo de hablar.

armandosepulveda@cablevision.net.mx
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