Aunque en Morena aún no haya formalmente tribus, hay egos, y quien se sienta desplazado no renunciará al regateo y mucho menos al pataleo.
Habría que comenzar señalando que al decir Morena hay que
entender obradorismo, así sea vestido de ese eterno oportunista llamado Partido
Verde, así sea del Partido del Trabajo, más afín ideológicamente.
Morena tiene problemas de éxito. Normales, aunque resulten
más o menos novedosos para un movimiento que a los 10 años lo ha conquistado
prácticamente todo, y cuya inercia ganadora parece aún vigorosa –tanto por su
fortaleza como por la debilidad de la oposición–.
El obradorismo está lejos de una crisis por el reparto de
posiciones que tiene que darse de cara al relevo sexenal y de legislatura
federal, pero a su interior se comienzan a publicar críticas abiertas y algún
dizque veladas a ese acomodo.
Más sintomático que la queja de Gerardo Fernández Noroña por
el hecho de que no tendrá la coordinación de la Cámara alta, es el hecho mismo
de que Ricardo Monreal estaría destinado a pastorear (nunca mejor dicho) al
redil de Morena en San Lázaro.
De ser así, Monreal recibiría un premio a pesar de todo lo
que se vio en el sexenio de AMLO, donde pasó de eficaz operador a coquetear con
aliarse a la oposición para contravenir la voluntad de Palacio, de donde fue
expulsado y muy eventualmente reincorporado.
Mucho antes de que fuera aceptado para aspirar (es un decir,
porque nunca tuvo real oportunidad) a la candidatura presidencial, a Monreal le
dejaron muy claro que tenía un problema no con Claudia Sheinbaum, que ya es
mucho decir, sino con la militancia.
Y si eso fue cuando eran tiempos de su futurismo rumbo a la
candidatura de la capital de la República, qué más se puede decir cuando en la
pasarela de las corcholatas fue quien quedó en último lugar. Su
problema con la militancia quedó más que demostrado.
Qué opinará esa militancia de que Morena perdió Fresnillo,
la tierra de los Monreal, y que en esa entidad donde gobierna (es un híper
decir) otro de esa familia sufrieron derrotas en la capital y en Jerez, entre
otros municipios. Y desde luego en la Cuauhtémoc en la CDMX.
El reclamo de Noroña tiene la legitimidad de quien apela a
reglas que se están incumpliendo (siendo desplazado por Adán Augusto López),
pero también de quien denuncia que a él lo marginan en el Senado mientras en
Diputados privilegian a quien entrega malas cuentas.
Es sólo un ejemplo de los retortijones que la avalancha de
triunfos provocará al interior de un movimiento donde tantos se sentirán
autores de la victoria, empezando por el presidente de la República, que no
parece tener claro que le toca ir cediendo el spot.
Las declaraciones de Noroña no espantan porque acostumbra a
decir lo que piensa, aunque incomode, sin que ello provoque dudas sobre su
lealtad. No sólo tiene derecho a expresarse porque le asiste la razón, sino
porque no amaga puerilmente. Es simple política.
Ya llegarán, más pronto que tarde, otros ruidosos jaloneos.
Aunque en Morena aún no haya formalmente tribus, hay egos, y quien se sienta
desplazado no renunciará ni al regateo y mucho menos al pataleo.
Y si bien gabinete y Congreso federales son muy grandes, no
alcanzarán para que todos se sientan premiados justamente. En principio porque
siempre hay quien cree, equivocadamente, merecer más. Y también porque no todo
en política es meritocrático. Así se hacen las salchichas, dicen.
De ahí a que pronto se vayan a dar resistencias
significativas dentro de Morena al liderazgo de Claudia, falta mucho. Y al de
López Obrador, más aún. Como en el actual, los eventuales contrapesos del
futuro sexenio no serán internos.
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