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miércoles, 26 de junio de 2024

Morena: acomodos y resistencia

Aunque en Morena aún no haya formalmente tribus, hay egos, y quien se sienta desplazado no renunciará al regateo y mucho menos al pataleo.

 


Salvador Camarena

 

Habría que comenzar señalando que al decir Morena hay que entender obradorismo, así sea vestido de ese eterno oportunista llamado Partido Verde, así sea del Partido del Trabajo, más afín ideológicamente.

Morena tiene problemas de éxito. Normales, aunque resulten más o menos novedosos para un movimiento que a los 10 años lo ha conquistado prácticamente todo, y cuya inercia ganadora parece aún vigorosa –tanto por su fortaleza como por la debilidad de la oposición–.

El obradorismo está lejos de una crisis por el reparto de posiciones que tiene que darse de cara al relevo sexenal y de legislatura federal, pero a su interior se comienzan a publicar críticas abiertas y algún dizque veladas a ese acomodo.

Más sintomático que la queja de Gerardo Fernández Noroña por el hecho de que no tendrá la coordinación de la Cámara alta, es el hecho mismo de que Ricardo Monreal estaría destinado a pastorear (nunca mejor dicho) al redil de Morena en San Lázaro.

De ser así, Monreal recibiría un premio a pesar de todo lo que se vio en el sexenio de AMLO, donde pasó de eficaz operador a coquetear con aliarse a la oposición para contravenir la voluntad de Palacio, de donde fue expulsado y muy eventualmente reincorporado.

Mucho antes de que fuera aceptado para aspirar (es un decir, porque nunca tuvo real oportunidad) a la candidatura presidencial, a Monreal le dejaron muy claro que tenía un problema no con Claudia Sheinbaum, que ya es mucho decir, sino con la militancia.

Y si eso fue cuando eran tiempos de su futurismo rumbo a la candidatura de la capital de la República, qué más se puede decir cuando en la pasarela de las corcholatas fue quien quedó en último lugar. Su problema con la militancia quedó más que demostrado.

Qué opinará esa militancia de que Morena perdió Fresnillo, la tierra de los Monreal, y que en esa entidad donde gobierna (es un híper decir) otro de esa familia sufrieron derrotas en la capital y en Jerez, entre otros municipios. Y desde luego en la Cuauhtémoc en la CDMX.

El reclamo de Noroña tiene la legitimidad de quien apela a reglas que se están incumpliendo (siendo desplazado por Adán Augusto López), pero también de quien denuncia que a él lo marginan en el Senado mientras en Diputados privilegian a quien entrega malas cuentas.

Es sólo un ejemplo de los retortijones que la avalancha de triunfos provocará al interior de un movimiento donde tantos se sentirán autores de la victoria, empezando por el presidente de la República, que no parece tener claro que le toca ir cediendo el spot.

Las declaraciones de Noroña no espantan porque acostumbra a decir lo que piensa, aunque incomode, sin que ello provoque dudas sobre su lealtad. No sólo tiene derecho a expresarse porque le asiste la razón, sino porque no amaga puerilmente. Es simple política.

Ya llegarán, más pronto que tarde, otros ruidosos jaloneos. Aunque en Morena aún no haya formalmente tribus, hay egos, y quien se sienta desplazado no renunciará ni al regateo y mucho menos al pataleo.

Y si bien gabinete y Congreso federales son muy grandes, no alcanzarán para que todos se sientan premiados justamente. En principio porque siempre hay quien cree, equivocadamente, merecer más. Y también porque no todo en política es meritocrático. Así se hacen las salchichas, dicen.

De ahí a que pronto se vayan a dar resistencias significativas dentro de Morena al liderazgo de Claudia, falta mucho. Y al de López Obrador, más aún. Como en el actual, los eventuales contrapesos del futuro sexenio no serán internos.

 

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