A Marcelo Ebrard lo encajonaron para que se vaya. Creen que ya no les sirve y que lo pueden aplastar. En perjuicio del interés de Morena, pero tal vez sea para bien del país.
Los mandarines de la cuatroté se han excedido en
el maltrato a Marcelo Ebrard, por esas patologías del poder que los hace
creerse invencibles y eternos.
De sus jefes máximos oímos más palabras de aliento y
fraternidad hacia un aspirante presidencial de oposición, el emecista Samuel
García, que a uno de los principales miembros fundadores de Morena.
Eso revela la naturaleza del partido en el que aún milita
Ebrard. También desnuda la “sabiduría política” de su líder formal, Mario
Delgado. Confirma que la soberbia es el principal de los pecados capitales.
No se espera una rebelión de “marcelistas” que dé un vuelco
inmediato y dramático al panorama electoral. Estas rupturas, mal procesadas
–como es el caso– dejan heridas profundas.
Los pleitos entre hermanos son los más duros, prolongados e implacables.
A Ebrard lo encajonan para que se vaya. Creen que ya no les
sirve y que lo pueden aplastar. En perjuicio del interés de Morena, pero tal
vez sea para bien del país.
Es verdad que Ebrard no tiene arrastre entre multitudes, no
entusiasma a los morenistas (porque no es su lugar, quizá), pero tiene más
talento y experiencia que prácticamente todos los dirigentes de ese partido.
Además, sabe mucho. Demasiado, dirían algunos en la cúpula
de Morena.
Y la rueda de la política es caprichosa: a veces parece que
no se mueve y de pronto gira con rapidez.
Menospreciar su talento, su experiencia, y el caudal de
información de la historia secreta de ese partido y de sus líderes, es propio
de los que enferman de poder.
Cuando Ifigenia Martínez, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio
Muñoz Ledo y Rodolfo González Guevara crearon la Corriente Democrática en el
PRI, los medios incondicionales del oficialismo los caricaturizaron como
“pigmeos”. Los dibujaron en cartones, los pasaron a cuchillo en sus artículos y
editoriales. Tal y como hacen ahora con Ebrard.
Luego ya fue el presidente del PRI, quien con un discurso
incendiario en el Auditorio Nacional los empujó a que se fueran.
En aquella ocasión fue un error producto de la inexperiencia
ante un fenómeno novedoso e inesperado. Ahora es sólo la enfermedad del poder.
Marcelo Ebrard les dio la salida a los dirigentes de Morena,
y al jefe mayor del partido: crear una corriente al interior de éste, que
tuviera espacios en el Legislativo y en algunos estados.
Con eso se curaba la herida del proceso de selección interna
de la candidatura presidencial, que nació ilegítimo por la cargada y
el apoyo ilegal de secretarías de Estado a la candidata oficial, según denunció
el propio Ebrard en su momento.
La instrucción que recibió Delgado fue frenar en seco a
Ebrard, y lo apuñaló con la sangre fría con que Brutus hundió la daga en la
espalda de su tío y padre político, Julio César.
En fin, grandes y pequeñas historias de traiciones, hay
muchas. Lo que viene después ya es otra cosa.
Víctor Chávez ha informado en estas páginas de la reunión
del diputado “marcelista” Daniel Gutiérrez con los reporteros de la fuente
política, en la que dijo que unos 40 legisladores identificados con el
excanciller sumarían sus votos a la oposición para objetar el Presupuesto de
Egresos enviado al Congreso por el Ejecutivo.
Tal cosa no va a suceder. Al menos no en esa dimensión.
La precandidata presidencial Claudia Sheinbaum y Mario
Delgado se reunieron con los diputados “marcelistas” para disuadirlos.
Esos diputados quieren reelegirse y quien manda en esos
temas es Claudia, que ya toma algunas decisiones en lo que respecta a
candidaturas.
No van a atentar contra su futuro inmediato.
¿Aplastaron a Ebrard? Sí, por ahora. Aunque tomemos asiento
para presenciar un pleito largo, profundo y de por vida. De esos que provocan
las traiciones que se cometen entre hermanos.
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