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jueves, 7 de septiembre de 2023

El futuro de Marcelo

Marcelo Ebrard fue elevando el costo de un resultado eventualmente desfavorable para él en el proceso de selección del candidato presidencial de Morena, que concluyó en explosión.



Raymundo Riva Palacio

 

El proceso de selección de candidato presidencial de Morena terminó manchado de irregularidades, ilegitimidad y conflicto, por las denuncias de Marcelo Ebrard para que se anule y se reponga. Sus quejas fueron onomatopéyicas y amenazantes. Su equipo se retiró del cómputo de las encuestas levantadas por Morena y cuatro empresas demoscópicas, a la mitad del conteo, cuando vieron que Claudia Sheinbaum iba a ganar, y anunció que no asistiría a la reunión informativa convocada por la dirigencia de Morena para notificarle a los seis aspirantes los resultados de las mediciones. En otras palabras, fue un sabotaje que, como consecuencia, puede reventar todo el proceso.

Parece el acto de un despechado político que perdió por 14 puntos ante Claudia Sheinbaum, pero en su cuarto de guerra insistieron que fue resultado de una serie de “cochinadas”. Las “incidencias”, como las caracterizó Ebrard, dijeron, se dieron durante el levantamiento de las encuestas, en particular la encuesta madre que hizo el equipo de Morena, donde documentaron que no se llegó a todos los puntos de levantamiento –que es una alteración metodológica importante–, que en algunos puntos había un solo encuestador por dos de las cuatro empresas espejo –lo que es una contaminación de campo–, un llenado incorrecto de los formatos –que modifica el cuestionario y sus respuestas– o que, en muchos casos, como definió uno de sus asesores, estaban coludidos con los funcionarios del partido.

Ebrard ha sido consistente en sus denuncias. Desde hace un año comenzó a hablar de la sucesión presidencial pidiendo piso parejo para los aspirantes, dejando que cada quien le pusiera el nombre que quisiera al elefante en la sala. No era difícil señalar a Claudia Sheinbaum, la exjefa de Gobierno de la Ciudad de México, como la destinataria secundaria del mensaje, porque a quien iba primariamente dirigido era al presidente Andrés Manuel López Obrador, que nunca ocultó su preferencia por su protegida.

López Obrador, para evitar una ruptura en su estado mayor político, accedió a las pretensiones de Ebrard –como que renunciaran todos los aspirantes–, con el propósito de poder seguir manejando su sucesión. Pidió la unión, pero no le hicieron caso. Los equipos de Sheinbaum y Ebrard comenzaron una guerra digital, a la cual se sumó el equipo de Adán Augusto López, el exsecretario de Gobernación. Sheinbaum se quejó en Palacio Nacional, pero no pudieron frenar a nadie. Sobre todo a Ebrard, que siguió elevando el costo de un resultado eventualmente desfavorable para él.

Molesto por las posiciones de Ebrard, lo amenazaron con reactivar una vieja carpeta de investigación que abrió la Procuraduría General de la República en el gobierno de Enrique Peña Nieto, a través de una pregunta formulada por un reportero de la revista Contralínea, utilizada para filtrar información del Centro Nacional de Inteligencia en las mañaneras contra personas que le resultan incómodas al Presidente. Sin embargo, Ebrard apretó el paso, sin retirarse del proceso. Pero al mismo tiempo, escaló las quejas en los últimos 15 días, que concluyó con su explosión el miércoles.

Ebrard acusó de “cobardes” al presidente de Morena, Mario Delgado, su viejo amigo y colaborador, y a Alfonso Durazo, presidente del Consejo Nacional del partido, y con quien hay un diferendo profundo desde 1993, cuando el excanciller era el segundo de a bordo de Manuel Camacho, que aspiraba la candidatura presidencial del PRI, y el gobernador de Sonora, que era quien abría y cerraba la puerta del despacho de Luis Donaldo Colosio, de quien era secretario particular. La respuesta no sólo vino de Delgado y Durazo, sino de la maquinaria de Morena. Sus 22 gobernadores firmaron un desplegado donde respaldaron el proceso.

El quiebre de Ebrard con la nomenklatura de Morena y el presidente López Obrador parece serio y lo deja sin mucho espacio de maniobra, al elevar el tono y la profundidad de sus palabras de denuncia. La respuesta extraoficial de Palacio Nacional a su desafío fue que el vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, envió a sus plumas a sueldo a golpear a Ebrard en redes sociales. El siguiente paso que dará, por instrucciones de López Obrador, es el despliegue de una estrategia para neutralizar las críticas en medios sobre la imposición de Sheinbaum y cambiar, espera, la conversación sobre la elección de su favorita.

La decisión de Ebrard de reventar el proceso no tiene vuelta para atrás. Si no renuncia a Morena en protesta por la forma como se levantó la encuesta para definir quién será candidato presidencial del partido en el poder, su imagen estará irreversiblemente abollada y quedará como un cobarde que, en el momento de la verdad, se achicó y se subordinó a Andrés Manuel López Obrador, que en dos ocasiones, 2011 y 2023, lo humilló cancelando sus aspiraciones presidenciales. Pero si renuncia en la coyuntura actual, donde existe un pacto entre López Obrador y Dante Delgado, líder de Movimiento Ciudadano para dividir a la oposición, y acepta la candidatura presidencial naranja –ofrecida al gobernador de Nuevo León, Samuel García–, sembrará la duda de si todo fue un acuerdo que le salve cara y ayude al Presidente.

Ebrard tiene que ser muy claro y transparente en sus siguientes acciones y decisiones. No tiene salidas fáciles, porque al haber jugado el papel de rebelde, generó expectativas entre sus seguidores. Sus denuncias fueron constantes, pero siguió en la contienda, cuyas reglas impuso López Obrador a principio de junio. Hizo amagos de romper, pero no lo hizo hasta ayer, cuando tronó contra el proceso que le era adverso. Debe una explicación del porqué, luego de haber denunciado el apoyo a Sheinbaum, con recursos federales y de organizaciones del partido, no abandonó la contienda que consideraba amañada.

Quizá pensó que podía modificar el destino manifiesto lopezobradorista, pero no pudo. En su fuga hacia delante abrió fuego sólo contra Delgado y Durazo, pero cuidó a López Obrador, lo que sugiere que esperará la respuesta del Presidente sobre el proceso y sus denuncias. Eso no va a pasar, cuando menos de manera satisfactoria para él, quien decidirá durante los tres próximos días lo que hará. Por lo pronto, su futuro político está en juego.



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