Marcelo Ebrard fue elevando el costo de un resultado eventualmente desfavorable para él en el proceso de selección del candidato presidencial de Morena, que concluyó en explosión.
El proceso de selección de candidato presidencial de Morena
terminó manchado de irregularidades, ilegitimidad y conflicto, por las
denuncias de Marcelo Ebrard para que se anule y se reponga. Sus quejas fueron
onomatopéyicas y amenazantes. Su equipo se retiró del cómputo de las encuestas
levantadas por Morena y cuatro empresas demoscópicas, a la mitad del conteo,
cuando vieron que Claudia Sheinbaum iba a ganar, y anunció que no asistiría a
la reunión informativa convocada por la dirigencia de Morena para notificarle a
los seis aspirantes los resultados de las mediciones. En otras palabras, fue un
sabotaje que, como consecuencia, puede reventar todo el proceso.
Parece el acto de un despechado político que perdió por 14
puntos ante Claudia Sheinbaum, pero en su cuarto de guerra insistieron que fue
resultado de una serie de “cochinadas”. Las “incidencias”, como las caracterizó
Ebrard, dijeron, se dieron durante el levantamiento de las encuestas, en
particular la encuesta madre que hizo el equipo de Morena, donde documentaron
que no se llegó a todos los puntos de levantamiento –que es una alteración
metodológica importante–, que en algunos puntos había un solo encuestador por
dos de las cuatro empresas espejo –lo que es una contaminación de campo–, un
llenado incorrecto de los formatos –que modifica el cuestionario y sus
respuestas– o que, en muchos casos, como definió uno de sus asesores, estaban
coludidos con los funcionarios del partido.
Ebrard ha sido consistente en sus denuncias. Desde hace un
año comenzó a hablar de la sucesión presidencial pidiendo piso parejo para los
aspirantes, dejando que cada quien le pusiera el nombre que quisiera al
elefante en la sala. No era difícil señalar a Claudia Sheinbaum, la exjefa de
Gobierno de la Ciudad de México, como la destinataria secundaria del mensaje,
porque a quien iba primariamente dirigido era al presidente Andrés Manuel López
Obrador, que nunca ocultó su preferencia por su protegida.
López Obrador, para evitar una ruptura en su estado mayor
político, accedió a las pretensiones de Ebrard –como que renunciaran todos los
aspirantes–, con el propósito de poder seguir manejando su sucesión. Pidió la
unión, pero no le hicieron caso. Los equipos de Sheinbaum y Ebrard comenzaron
una guerra digital, a la cual se sumó el equipo de Adán Augusto López, el
exsecretario de Gobernación. Sheinbaum se quejó en Palacio Nacional, pero no
pudieron frenar a nadie. Sobre todo a Ebrard, que siguió elevando el costo de
un resultado eventualmente desfavorable para él.
Molesto por las posiciones de Ebrard, lo amenazaron con
reactivar una vieja carpeta de investigación que abrió la Procuraduría General
de la República en el gobierno de Enrique Peña Nieto, a través de una pregunta
formulada por un reportero de la revista Contralínea, utilizada para
filtrar información del Centro Nacional de Inteligencia en las mañaneras contra
personas que le resultan incómodas al Presidente. Sin embargo, Ebrard apretó el
paso, sin retirarse del proceso. Pero al mismo tiempo, escaló las quejas en los
últimos 15 días, que concluyó con su explosión el miércoles.
Ebrard acusó de “cobardes” al presidente de Morena, Mario
Delgado, su viejo amigo y colaborador, y a Alfonso Durazo, presidente del
Consejo Nacional del partido, y con quien hay un diferendo profundo desde 1993,
cuando el excanciller era el segundo de a bordo de Manuel Camacho, que aspiraba
la candidatura presidencial del PRI, y el gobernador de Sonora, que era quien
abría y cerraba la puerta del despacho de Luis Donaldo Colosio, de quien era
secretario particular. La respuesta no sólo vino de Delgado y Durazo, sino de
la maquinaria de Morena. Sus 22 gobernadores firmaron un desplegado donde
respaldaron el proceso.
El quiebre de Ebrard con la nomenklatura de Morena
y el presidente López Obrador parece serio y lo deja sin mucho espacio de
maniobra, al elevar el tono y la profundidad de sus palabras de denuncia. La
respuesta extraoficial de Palacio Nacional a su desafío fue que el vocero
presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, envió a sus plumas a sueldo a golpear a
Ebrard en redes sociales. El siguiente paso que dará, por instrucciones de
López Obrador, es el despliegue de una estrategia para neutralizar las críticas
en medios sobre la imposición de Sheinbaum y cambiar, espera, la conversación
sobre la elección de su favorita.
La decisión de Ebrard de reventar el proceso no tiene vuelta
para atrás. Si no renuncia a Morena en protesta por la forma como se levantó la
encuesta para definir quién será candidato presidencial del partido en el
poder, su imagen estará irreversiblemente abollada y quedará como un cobarde
que, en el momento de la verdad, se achicó y se subordinó a Andrés Manuel López
Obrador, que en dos ocasiones, 2011 y 2023, lo humilló cancelando sus
aspiraciones presidenciales. Pero si renuncia en la coyuntura actual, donde
existe un pacto entre López Obrador y Dante Delgado, líder de Movimiento
Ciudadano para dividir a la oposición, y acepta la candidatura presidencial
naranja –ofrecida al gobernador de Nuevo León, Samuel García–, sembrará la duda
de si todo fue un acuerdo que le salve cara y ayude al Presidente.
Ebrard tiene que ser muy claro y transparente en sus siguientes
acciones y decisiones. No tiene salidas fáciles, porque al haber jugado el
papel de rebelde, generó expectativas entre sus seguidores. Sus denuncias
fueron constantes, pero siguió en la contienda, cuyas reglas impuso López
Obrador a principio de junio. Hizo amagos de romper, pero no lo hizo hasta
ayer, cuando tronó contra el proceso que le era adverso. Debe una explicación
del porqué, luego de haber denunciado el apoyo a Sheinbaum, con recursos
federales y de organizaciones del partido, no abandonó la contienda que
consideraba amañada.
Quizá pensó que podía modificar el destino manifiesto
lopezobradorista, pero no pudo. En su fuga hacia delante abrió fuego sólo
contra Delgado y Durazo, pero cuidó a López Obrador, lo que sugiere que
esperará la respuesta del Presidente sobre el proceso y sus denuncias. Eso no
va a pasar, cuando menos de manera satisfactoria para él, quien decidirá
durante los tres próximos días lo que hará. Por lo pronto, su futuro político
está en juego.
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