Pablo Hiriart presenta su obra El Destructor, que es una compilación de la historia de la carrera política de López Obrador.
En su nuevo libro El Destructor (Grijalbo),
el periodista Pablo Hiriart realiza una puntual crónica de los
momentos que, por más de tres décadas, han dejado evidencia del talante
autoritario del actual Presidente de la República, desde su etapa como
candidato al gobierno de Tabasco, pasando por su administración en la Ciudad de
México.
Se trata de una compilación de la historia de la carrera
política de AMLO. A través de una serie de diálogos de primer nivel, el autor
demuestra lo más grave: a la vista de lo que ha hecho Andrés Manuel López
Obrador, no hay que esperar que respete un resultado adverso en las próximas
elecciones.
Una de las principales premisas del libro es “sí podía
saberse” lo que pasaría si AMLO llegaba al poder.
CAPÍTULO 1
El Huevo de la serpiente
El huevo de la serpiente es transparente. A través de la
cáscara se ve el embrión del reptil venenoso. Ingmar Bergman lo
utilizó como metáfora para ilustrar el proceso de acumulación de poder en un
solo hombre que acabaría por destruir la democracia alemana, ante la mirada
complaciente de la mayoría. La película del cineasta sueco llegó a México, al
CentroUniversitario Cultural (CUC), durante mis años felices cuando estudiaba
en la Facultad de Ciencias Políticas y Socialesde la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM).
Al igual que a varios de quienes la vimos, a mí se me grabó
lo dicho por el científico Hans Vergérus, quien dirigía un extraño
laboratorio: “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de
serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya
formado”.De ninguna manera Andrés Manuel López Obrador escomparable con Adolfo
Hitler. Sería absurdo y falso.
Aunque sí hay similitudes en la actitud de dirigentes
políticos, de la iniciativa privada e intelectuales y comunicadores, quienes
vieron la gestación de la serpiente tras la cáscara y negaron lo que tenían
ante sus ojos, le dieron calor con sus simpatías o la dejaron crecer desde su
arrogante indiferencia.
El reptil alemán fracasó en Múnich, donde intentó quebrar la
vida institucional de su país con un golpe y fue a la cárcel. Pronto lo perdonaron,
porque contaba con el respaldo popular y con ideales, y la indulgencia lo
fortaleció. Los demócratas de Alemania le abrieron paso a su propio destructor.
El presidente Paul von Hindenburg lo nombró canciller,
puesto desde donde Hitler maniobró para acumular funciones, suspender
libertades y, a la muerte del mandatario, asumió el poder absoluto.
A López Obrador se le giró una orden de aprehensión por
la toma de pozos petroleros en Tabasco y el mismo gobierno que lo acusó se
encargó de dejarla sin efecto.
El presidente Ernesto Zedillo dio un paso más: lo
quiso convertir en su aliado. Yo estaba de visita en la oficina de un alto
funcionario en Los Pinos cuando tomó el teléfono rojo para decirle al entonces
director del Infonavit, Arturo Núñez: “Ya hubo acuerdo, prepara todo porque te
vas a Tabasco en lugar de Roberto Madrazo”. La maniobra, sin embargo, no
fructificó.
Al final de ese sexenio, López Obrador fue candidato a jefe
de Gobierno del Distrito Federal (GDF) por encima de la ley. No cumplía con el
requisito de la residencia efectiva porque su domicilio estaba en Tabasco, como
lo indicaba su credencial de elector.
Desde el gobierno se desalentó al Partido Revolucionario
Institucional (PRI) capitalino para llevar a cabo la impugnación. Pase usted,
otra vez.
Liébano Sáenz, secretario particular del entonces
presidente, me dijo para este libro que el candidato a jefe de Gobierno por el
PRI, Jesús Silva-Hérzog, quería bajar a López Obrador de la candidatura porque,
en efecto, era ilegal.
“No quisimos echarle a perder el trabajo a (el candidato del
PRI, Francisco) Labastida ni a Santiago Creel (el candidato del Partido
Accional Nacional a la jefatura capitalina), a quien se le consultó y dijo que
él iba a ganar en las urnas”. En realidad “no hicimos nada para evitar la
candidatura (ilegal) de AMLO. Fue un error que ahora estamos pagando. Así como
otros que, en su momento, también cometieron errores”.
José Luis Luege, quien en esa época era presidente del
Partido Acción Nacional (PAN) en el Distrito Federal, llevó el caso al Tribunal
Electoral capitalino y comenta: “Nos dieron palo. Pudimos subirlo al Tribunal
Electoral Federal y habríamos ganado, porque López Obrador no tenía los cinco
años de residencia en la capital previos a la elección. En el equipo de Vicente
Fox y de Creel no quisieron. Diego (Fernández de Cevallos) estaba de mi lado
para ir hasta las últimas, pero Fox y Santiago decidieron que podría ser
contraproducente”.
Lo dejaron pasar, por encima de la ley. El 29 de octubre de
2001, la reportera Karina Soriano, de Crónica, dio a conocer una
investigación documentada en la que afirmó que López Obrador violó un amparo
que dictó suspender obras de vialidad en el predio El Encino.
El jefe de Gobierno se negó a rectificar y continuó las
obras, aun cuando los propietarios estaban protegidos por una figura
constitucional, joya del derecho en México, contra actos de la autoridad.
Más de tres años tardó la Cámara de Diputados en iniciar el
juicio de procedencia y votar su desafuero. Ya estaba encima el proceso
electoral para la Presidencia de la República y el desaforado dobló al gobierno
y a la ley con un par de marchas multitudinarias. López Obrador salió
fortalecido rumbo a la cita con las urnas en julio de 2006. Perdió.
Al anochecer de ese domingo 2 de julio le llamé a Ulises Beltrán,
el padre de una brillante generación de encuestadores mexicanos surgidos del
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Seis años atrás también le llamé, a las cuatro de la tarde,
y me anticipó: “Ganó Fox por seis puntos”. En 2006 volvió a ser certero: “Viene
apretadísima, pero tengo arriba a Calderón por un pelito”.
Los datos oficiales lo fueron confirmando: el Programa de
Resultados Electorales Preliminares (PREP) no dejó de funcionar toda la noche y
la madrugada del día 3 de julio.
Las televisoras salvaron al país de un caos mayor:
transmitieron de manera ininterrumpida el conteo. “En el PREP siempre estuvo
arriba Felipe Calderón”, recuerda Luis Carlos Ugalde, presidente del Instituto
Federal Electoral (IFE) en esa elección. “Fue en los cómputos distritales del
miércoles 5 cuando AMLO inició arriba, una estrategia del PRD para generar la
sensación de que iba a ganar. El cruce se dio a las cuatro de la madrugada del
jueves 6 de julio”.
La prueba es el mea culpa de un testigo de
calidad: “Fernando Belaunzarán acaba de confesar esa estrategia en Twitter. Él
era operador de AMLO en Sonora”.
Felipe Calderón le ganó a López Obrador por 236,003 votos.
El perredista rechazó el resultado sin tener pruebas, desconoció al ganador y
al gobierno surgido de esa elección, se autoproclamó “presidente legítimo” e
instó a sus partidarios a tomar Reforma, bloquear carreteras en los estados y
estrangular el istmo de Tehuantepec, mandó “al diablo” a las instituciones,
nombró un gabinete paralelo, alteró el escudo nacional para ceñirse la banda
tricolor en el pecho e inició una campaña para que ninguna autoridad, en ningún
municipio del país, reconociera al “usurpador”.
Se accedió a un recuento parcial de votos: en una muestra de
9% de casillas instaladas en el país se abrieron paquetes con boletas que ya
habían sido contadas por los funcionarios (ciudadanos) y por otros ciudadanos
en los distritales, en presencia de los representantes de los partidos
políticos.
El panista no redujo su ventaja. Y el viernes 14 de julio en
entrevista con Carmen Aristegui en W Radio, López Obrador descubrió su
verdadera intención de fregar a México: “Ni con el voto por voto aceptaré a
Calderón” como presidente.
Todas esas violaciones a las leyes quedaron impunes. ”Pasó
cerca la bala”, dijeron los empresarios y continuaronsu rutina sexenal sin
cambiar en nada.
Vieron a la serpiente en el cascarón y optaron por
convencerse de que sólo fue una anécdota. La bala ya “había pasado”. Y no
dieron crédito a su propia narrativa: “Es un peligro para México”.
En 2012 López Obrador volvió a perder la Presidencia, con
una diferencia más holgada que hizo poco creíble y menos incendiaria su
narrativa del fraude electoral: en el Zócalo capitalino, con un chivo, seis
gallinas, dos patos y ocho pollitos recién nacidos quiso convencer a todos de
que le habían robado la elección.
Los animales que llevó a la principal plaza del país no
fueron parte de una representación sino, según dijo, de una realidad: gente del
pueblo se los entregó porque con ellos quisieron comprar su voto en favor de
Enrique Peña Nieto.
Y el día de la toma de posesión del ganador de las
elecciones, partidarios de López Obrador atacaron con violencia a la policía
con el fin de tomar el recinto legislativo de San Lázaro e impedir que el
presidente electo rindiera la protesta constitucional.
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