El presidente no entiende que lo que sucedió es una violación a la seguridad del Estado mexicano, de mayor prioridad para la seguridad nacional.
El jueves pasado por la noche hubo una reunión de emergencia
en Palacio Nacional entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el
secretario de la Defensa, el general Luis Cresencio Sandoval. Se acababa de
difundir un paquete de documentos secretos de la Secretaría de la Defensa
Nacional que fueron hackeados por un grupo de reciente irrupción en la arena
pública llamado Guacamaya.
Qué fue lo que hablaron se mantiene en secreto, pero la
estrategia a la mañana siguiente fue totalmente lopezobradorista: minimizarlos
y desestimarlos con el spin de siempre: no tenemos nada que ocultar,
y nada hay que temer. El presidente Andrés Manuel López Obrador bateó el tema,
entendiendo probablemente el problema que se le viene encima, de ser cierto que
vienen mayores revelaciones de información confidencial.
Una probadita sobre la salud de López Obrador tuvo un fuerte
impacto en la opinión pública, sobre todo después de que el Presidente admitió
sus padecimientos, que incluyen algunos nuevos a aquéllos que tenía cuando
asumió la Presidencia, y pese a trivializarlos, no significa que sea
irrelevante. La salud del Presidente es un asunto de seguridad nacional, y en
el caso de López Obrador, de gobernabilidad. Su presencia permanente en la
mañanera da estabilidad, pese a la inestabilidad nacional que se vive, aunque
para dar una idea de lo que significa la salud de un dignatario, de haber sido
México un país con peso real en el mundo, la revelación habría provocado una
crisis en los mercados internacionales.
El poco peso de México en el mundo –que va más allá de las
acciones del actual gobierno– no significa que internamente sea algo
intrascendente, como sugirió el Presidente, cuya política de austeridad
permitió un golpe informático de esta naturaleza que, si se confirma el volumen
de información obtenida, será la filtración de informes secretos más grande en
la historia del país.
Una incómoda realidad, si no escala a una bomba nuclear
sobre la Presidencia, fue provocada por la disminución de presupuestos, que
viene desde noviembre de 2019, cuando se publicó la Ley Federal de Austeridad
Republicana, estableciendo que nadie podía comprar equipos ni programas de
cómputo nuevos. Y cuando menos durante los dos primeros años del sexenio, la
Secretaría de la Defensa Nacional no tuvo presupuesto para comprar antivirus.
Esos errores propios sólo de alguien que tiene una visión
estratégica que nace y muere el mismo día, han permitido que, potencialmente,
lo lleven a la catástrofe personal y arrastren a todo lo que huela a López
Obrador y su manoseado proyecto de transformación. El alto riesgo que esto
significa produjo que dentro de las áreas civiles y militares especializadas se
esté trabajando para identificar la fuente de la filtración, pese al desinterés
público del Presidente, que dice que lo difundido no aporta nada nuevo.
Es peculiar la forma como funciona la mente del Presidente,
pero revela qué tan fuerte se percibe a sí mismo. Debería estar preocupado,
pero no lo está. El viernes especuló que eran hackers internacionales,
pertenecientes a una “agencia extranjera”. Interesante el fraseo, por la
utilización de la palabra “agencia”, que conduce a la única que ha habitado su
cabeza desde 1973, cuando el golpe de Estado en Chile: la Agencia Central de
Inteligencia, la CIA. Morena, su partido, dijo que eran adversarios internos.
Como hipótesis de trabajo, si es cierto que son millones de documentos
los hackeados, el trabajo requiere muy buen presupuesto y la certeza de
que el origen no será descubierto. En esa misma línea de pensamiento, no parece
haber en el horizonte mexicano ningún grupo que se ajuste a esas premisas.
El grupo de hackers que se autodenomina Guacamaya
ha estado muy activo desde el 22 de septiembre, cuando dio a conocer unos 400
mil documentos del Ejército chileno, aunque la página de Enlace Hacktivista, su
pesebre, ha estado en niveles operacionales cuando menos desde hace 10 meses.
En un comunicado, reveló que habían infiltrado sistemas militares y policiales
en México, Perú, El Salvador, Chile y Colombia, y que entregaron lo hackeado “a
quienes legítimamente hagan lo que puedan con estas informaciones”.
Es interesante el lenguaje utilizado, que parece de
izquierda y globalifóbico, aunque los países a donde apuntaron sus primeras
baterías son países gobernados por la izquierda o, en el caso salvadoreño, por
un autócrata en ciernes. Esos antecedentes fueron probablemente el contexto
para que López Obrador identificara a Guacamaya como un grupo extranjero, que
parece tener una agenda clara contra un perfil de gobernante latinoamericano.
El hackeo, según expertos informáticos, no se dio en
toda la base de datos de la Secretaría de la Defensa Nacional, sino únicamente
en los correos electrónicos, que incluyen fotografías y videos, además de
textos. El gobierno chileno, que sufrió la semana anterior un hackeo importante,
ha explicado que fue posible por la falta de servicios de seguridad de correo
Exchange, que normalmente Microsoft anuncia y libera parches para aplicarlos.
En México campea la superficialidad. López Obrador dijo el domingo que no habría
ni sanción ni investigación.
El Presidente no entiende que lo que sucedió es una
violación a la seguridad del Estado mexicano, de mayor prioridad para la
seguridad nacional, y que está en una situación de no ganar-no ganar. Al
confirmar el viernes el hackeo y la veracidad de los informes
militares, legitima lo que podría venir después. La división de inteligencia de
la Secretaría de la Defensa Nacional es altamente capaz. Lo he visto en carne
propia al conocer algunas de las fichas que elaboraron sobre mí, que tenían
información detallada y precisa sobre mi vida. Un periodista es objeto de
interés natural, pero un presidente, su familia, su entorno y su gobierno, es
un objetivo estratégico.
Quizás empiece a tomar las cosas en serio y comprender el
alcance que puede tener un hackeo de esta naturaleza si comienzan a
salir documentos que muestren actos de corrupción o colusión de su entorno o el
gobierno con el crimen organizado. El Presidente debería saber que “winter is
coming”.
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