Enrique Quintana
La existencia de programas sociales influye, pero ni lejanamente es determinante del sentido del voto de los ciudadanos.
Se ha convertido en un lugar común el señalamiento de que los
programas sociales son determinantes en un voto favorable a Morena.
Y también se dice con cierta frecuencia que Morena se va a
convertir en el ‘nuevo PRI’.
Ninguna de las dos afirmaciones es correcta.
De acuerdo con la información que resultó de las encuestas
de salida levantadas por El Financiero el domingo pasado, la existencia de
programas sociales influye, pero ni lejanamente es determinante del
sentido del voto de los ciudadanos.
De acuerdo con la información recogida, en tres de los
estados en los que hubo elección, 45 por ciento de los electores o sus
familias recibe programas sociales del gobierno: Oaxaca, Durango y
Tamaulipas.
En Aguascalientes los recibe solo 36 por ciento; en Quintana
Roo, 38 por ciento; y en Hidalgo, 40 por ciento.
Pero al preguntar la razón del voto, solo en Oaxaca el
factor más relevante fue el gobierno de López Obrador.
En cuatro estados, Aguascalientes, Tamaulipas, Hidalgo
y Quintana Roo, el factor que más pesó fue el candidato. En Durango, lo
que más contó fue el partido.
El gasto en desarrollo social ha crecido a una
tasa anual real de 3.1 por ciento en este sexenio, lo que es positivo,
pero está lejos de ser espectacular.
En los seis años del gobierno de Peña el ritmo medio de
crecimiento fue de 1.4 por ciento anual en promedio, cifra menor pero tampoco
distante de la actual administración.
La clave no es el volumen sino el hecho de que estos
apoyos se personalizan como si fueran dádivas presidenciales.
Pero, ni aun así son suficientes para determinar el voto.
Algo que también se ha escuchado de manera cada vez más
frecuente es que Morena se está convirtiendo en el ‘nuevo PRI’, en el
sentido de que podría monopolizar el poder por décadas, marginando a la
competencia de otros partidos.
Permítame explicarle por qué considero que no es correcta la
analogía.
Una de las claves de la permanencia del PRI era su
capacidad para renovar las élites en el poder cada seis años.
Hoy, la principal fuerza de Morena radica en la presencia de
su líder y fundador, Andrés Manuel López Obrador.
Hasta ahora, Morena no parece el partido que sea capaz
de institucionalizarse como lo hizo en su tiempo el Partido Nacional
Revolucionario (PNR), que acabó convirtiéndose en el PRI.
La otra gran diferencia es la sociedad. La hegemonía
priista correspondió a una sociedad rural que gradualmente se movió a la
urbanización y modernización.
Hoy, con la heterogeneidad que tenemos en el
país es inimaginable pensar en una hegemonía como la del PRI.
Morena es más bien otro ejemplo de los partidos que han
surgido por la crisis de las fuerzas políticas tradicionales, pero que
probablemente se disolverá cuando las coyunturas cambien.
El PRI basó su fuerza en los sectores que componían su
maquinaria política: sindicatos, organizaciones campesinas y grupos populares.
Al principio (cuando aún no se llamaba PRI) incluso integró a un sector militar.
Morena no tiene esas bases sólidas que además de darle
institucionalidad son clave para la permanencia.
Las expectativas de triunfo en 2024 pueden
apoyarse solo parcialmente en los programas sociales. Es mucho más importante,
a mi parecer, la presencia de López Obrador.
Los triunfos electorales estatales que le han llevado a
gobernar en más de 20 estados pueden distorsionar la realidad a escala
nacional.
Los resultados federales de 2021 mostraron que, si
la oposición encuentra un candidato o candidatos que resulten atractivos,
darían lugar a una competencia política mucho más intensa y a una composición
diferente tanto del Congreso como en el futuro de los gobiernos estatales.
Nos hemos concentrado en la perspectiva de la Presidencia,
pero si Morena y aliados no tuvieran mayoría absoluta en las dos cámaras del
Congreso, la realidad política a partir de 2024 sería muy diferente, aun si
ganara Morena.
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