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viernes, 6 de mayo de 2022

El derrumbe de AMLO

 Millones lo siguen apoyando, pero también millones lamentan el voto que le otorgaron.



Por 14 años se cansó de despotricar contra el presente y de prometer un fabuloso futuro. Fue incansable recorriendo el país, igual de imbatible en su demagogia. Paulatinamente el mesiánico perdió más el piso mientras se extendía su inacabable campaña. Todo sería sencillo cuando por fin ganara la elección y se calzara la banda presidencial porque solo era cuestión de ser austero y honesto. Nadie había recorrido México como él, solo él había podido encontrar las soluciones a los grandes problemas de la nación. Se convirtió en el príncipe del diagnóstico simplista y la solución fantasiosa, que predicaba infatigable. Finalmente encontró numerosos oyentes, muchos porque creyeron ingenuamente que nadie podría ser más inepto o más corrupto.

A tres años y medio en el poder, el demagogo autoritario no tiene más remedio que enfrentarse a la realidad, por más que le guste evitarla. Presumía que todo era sencillo, no era ninguna ciencia, solo era cuestión de tener la autoridad moral que significaba el apoyo del pueblo. Hizo de sus caprichos política pública y de sus delirios, grandes proyectos de infraestructura. Pensó que todo funcionaría porque así lo había ofrecido, ya se encargaría la realidad de amoldarse a sus palabras.

Como eterno candidato, las promesas no tenían plazo. Igual se creyó que ese pueblo que tanto lo amaba le permitiría reelegirse, y tendría muchos años para ejecutar sus visiones. Millones lo siguen apoyando, pero también millones lamentan el voto que le otorgaron. El año pasado perdió la posibilidad de cambiar la Constitución a placer, hace pocas semanas se le ninguneó en ese revocatorio que esperaba fuese ratificación arrolladora. Las redes sociales que tanto le ayudaron de candidato hoy reproducen su ineptitud y las numerosas corruptelas de sus familiares y colaboradores. El triunfal sexenio que no se cansó de imaginar se le deshace entre las manos.

En sus fantasías, al triunfo aplastante en la elección intermedia debía seguir el cuarto año de las obras extraordinarias, muestras concretas del genio que habita Palacio Nacional. En cambio, el tabasqueño no puede cerrar los ojos ante los desastres que promovió. El primero ha sido el aeropuerto que mandó construir contra los consejos de todos los expertos. Se le advirtió que sería una catástrofe, pero terqueó que sería maravilloso. Ahora trata de forzar vuelos en una terminal aérea sin concluir y pésimamente conectada.

Será peor con la refinería, a la que no podrá forzar a producir una sola gota de gasolina este año, y quizá tampoco en lo que resta del sexenio. Miles de millones de dólares hundidos en lo que fue un manglar, porque dictó que ahí se construiría. Peor calamidad será el Tren Maya. Desastres ecológicos y pozos sin fondo de recursos que debieron usarse en vacunas, quimios o escuelas.

A medida que avance más el sexenio, López Obrador seguirá acumulando frustración y resentimiento. Como ya ocurre hoy, el odio que lo caracteriza seguirá erupcionando, buscando justificarse, pretendiendo encontrar a otros para culparlos. Como López Portillo en los cierre de su gobierno, los pataleos de desesperación ante el colapso empeorarán la destrucción. El apasionado de la historia, el mesiánico que se cree el gran transformador de México habrá entendido, al no poder evadirse de la realidad, que su legado será uno de retroceso, polarización, destrucción y fracaso. Un ser enloquecido que, como tantos autoritarios, arrastrará al país en su caída personal.

 

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