Ese gas que se le acaba a AMLO y al resto de quienes habitan
México, tiene un precio actual de casi cinco dólares. Hace un año costaba 1.83
dólares.
Un par de semanas antes de que el presidente llegara al
poder, desde aquí mandé un aviso: Andrés Manuel López Obrador recibiría un país
al que se le acaba el gas natural propio.
En este mismo espacio publiqué un aviso en 2018. Éste es el
quinto mensaje en ese sentido.
Sin ese gas nada funciona, porque sirve para producir la
electricidad que les ilumina en este momento. La generación de energía
renovable, aunque crece, perdió bríos ante la baja estima del equipo
gubernamental, y las hidroeléctricas sólo sirven para unos cuantos estados
costeros, por lo que el gas manda en una nación que también se atiende quemando
combustóleo y diésel.
¿Es culpa de AMLO? No, quizá. Pero desde 2018 es su
responsabilidad. El equipo de Enrique Peña Nieto descuidó la inversión en la
actividad extractiva de Pemex y le dejó una producción a la baja de gas
natural.
El actual equipo de la empresa petrolera no hizo mejor las
cosas y la extracción del hidrocarburo sigue cayendo: 4 mil 725 millones de
pies cúbicos diarios de un total de 6 mil millones que llegó a producir el
país.
Hasta ahora y desde una crisis pasajera ocurrida al inicio
del siglo, no había problema mayor porque México conseguía fácilmente y barato
el gas que sobraba en Estados Unidos, en donde el fracking detonó la
producción de hidrocarburos. Pemex, la CFE y empresas privadas lo traen por
medio de cada vez más gasoductos.
Pero a las empresas de los vecinos les salieron más
clientes. Desde 2016 empezaron a exportar volúmenes relevantes de gas natural,
ahora en barco.
Enormes plantas de licuefacción instaladas en costas
estadounidenses congelan y comprimen gas para embarcarlo desde ese año en
volúmenes cada vez más grandes. Es la industria del LNG.
Si buscan en Google, encontrarán imágenes de esos gigantes
flotantes, peculiares por sus enormes esferas en las que suelen destacar
grandes siglas pintadas sobre sus convexas formas.
Desde el año pasado, el volumen de gas natural exportado
desde Estados Unidos a clientes ultramarinos superó el volumen que
anteriormente vendía casi exclusivamente a Canadá y a México por tierra vía
gasoducto.
Hoy, sus vecinos americanos pelean por el mismo gas que
acaba tan lejos como en Corea, Japón o India, pero también en los Países Bajos
y en otras naciones europeas, cuya industria está obligada a reducir sus
emisiones, usando gas en lugar de carbón, por ejemplo, para detener el cambio
climático.
Solamente China triplicó sus compras de gas estadounidense
desde 2020 a lo que va de 2021.
Por eso tenemos un problema. Ese gas que se le acaba a AMLO
y al resto de quienes habitan México, tiene un precio actual de casi 5 dólares.
Hace un año costaba 1.83 dólares. El aumento es de casi 170 por ciento, en 12
meses.
Visto el riesgo de esa dependencia, algún mensaje llegó al
Palacio Nacional, en donde es decidido el destino de cada peso propuesto en el
Presupuesto de 2022.
Finalmente, el gobierno del presidente López Obrador parece
optar por la práctica que cambió el destino de los petroleros texanos. Su
administración solicitó a los diputados 11 mil 657 millones de pesos para un
proyecto de aceite y gas en lutitas para aplicarse en 2022.
Para los mortales luce como una fortuna que no cabe en la
imaginación, pero en términos petroleros, su equivalencia de 580 millones de
dólares que podría alcanzar para perforar quizás unos 260 pozos en tierra, en
la zona fronteriza de Tamaulipas, por ejemplo. Sirva un dato como referencia:
solamente Texas tiene unos 120 mil pozos de gas en operación, de acuerdo con
datos oficiales.
El gas sube de precio por su mayor demanda y porque los
estadounidenses perciben que pasarán fríos extraordinarios.
A los mexicanos se les acaba el gas y no parece que alguien
haga algo serio al respecto.
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