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martes, 21 de mayo de 2019

¡¡… DEBAJO DE LA CAMA!!




Por Ramón Durón Ruíz (†)

l poeta y escritor argentino Francisco Luis Bernardez, en un soneto lleno de sabiduría dice:


“Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado.
Si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado,
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido,
vive de lo que tiene sepultado.”


Me parece que si los abuelos son una lección permanente de vida, es “porque lo que […su] árbol tiene de florido, […es porque] vive de lo que tiene sepultado” es decir los abuelos tienen raíces profundas, que los arraigan en una vida llena de espiritualidad, humildad y amor.
Los abuelos –sabios por derecho propio– viven a plenitud el milagro del HOY, bien utilizan los dones que la vida les ha dado, para ser felices con ellos mismos y con los demás; dejan que la sabiduría del amor fluya por su torrente de vida, por eso trabajan para que sea plena y completa, llenándola de pensamientos y actitudes positivas y bendiciendo a todos.
Ellos te enseñan a que aprendas a bendecir tu casa, tu trabajo, tu familia, tu salud, tu vida; bendice lo que posees y a las personas que quieres, que la mejor manera de bendecir tu vida, es bendiciendo; bendecir significa solicitar sanidad, y con ella, la presencia divina; querer reproducir lo mejor, atraer la abundancia de bienes y multiplicar los dones de quienes amas, desear para todos… prosperidad.
Las abuelas, –amorosa escuela de sapiencia– afirman que en el cosmos existe una fuente universal de bienestar, se llama Dios, y es el mejor abastecedor de todo lo que tu familia, trabajo y alma necesitan; está a un paso de la oración, cuando lo llamas viene a ti una reconfortante paz interior y armonía.
Las abuelas, te invitan a que permitas que tu energía vital fluya con el universo, que recuerdes que el dinero, como el agua, como la sangre, como la vida, deben fluir, de otra manera se bloquean y el agua estancada se pudre, la sangre coagulada enferma… la vida paralizada es muerte.
Se humilde, cada mañana da las gracias por todo, hacerlo es un principio metafísico que te conduce a la obtención de un gran número de bienes y felicidad. Cuando das las gracias de lo que tienes, el universo te provee más. Dar las gracias y sonreír acelera tu proceso de crecimiento material y espiritual.
A propósito de sonreír, el médico del pueblo llega con el Filósofo y le pide que lo acompañe en las consultas a domicilio, para que vea como los años lo han hecho un sabio. La primera visita fue a una dama que se quejaba de fuertes dolores estomacales. El viejo galeno le dice:
— Lo que pasa es que abusa de las frutas verdes, sería bueno que reduzca su consumo diario.
Al salir el Filósofo le preguntó:
— ¿Cómo hiciste un diagnóstico tan rápido, si ni siquiera examinaste a la mujer?
— Bueno, lo que pasa es que dejé caer el estetoscopio al suelo, y al recogerlo, vi que había en el piso un montón de cáscaras de mangos y ciruelas verdes y una bolsa de chile en polvo, inadecuadas para el estómago, seguramente era lo que le ocasionaba los dolores.
Como dicen que eres un viejo sabio, –dijo el facultativo al Filósofo– la próxima visita tú te encargarás del examen.
Al llegar a la siguiente casa, los recibió una joven mujer llena de una candente carnalidad, se quejaba de que continuamente se fatigaba mucho:
— Me siento totalmente sin fuerzas.
— Me parece que usted, –dijo el Filósofo– se entrega demasiado a las labores de la iglesia. Si redujese esa actividad, tal vez recupere su energía.
Una vez que abandonaron la casa, el doctor intrigado le pregunta al Filósofo:
— ¡Tu diagnóstico me ha sorprendido…! ¿Cómo llegaste a la conclusión de que esa mujer tan guapa, se da en cuerpo y alma a los trabajos religiosos?
— ¡Mire! –dijo el Filósofo– apliqué la misma técnica que usted me enseñó, dejé caer al suelo, el estetoscopio que me prestó y cuando me agaché para recogerlo, ¡¡VI AL PADRE CHUYO… DEBAJO DE LA CAMA!!

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