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domingo, 22 de julio de 2018

Deslindes...columna de análisis político


+ Debe AMLO Destapar la Cloaca



Por ARMANDO SEPULVEDA IBARRA*

Si la bandera o imán de Andrés Manuel López Obrador para sepultar al régimen caduco fue su promesa de desterrar la corrupción y, si con este señuelo irresistible sedujo el voto mayoritario de la sociedad, para muchos mexicanos es insuficiente e ilusoria la creencia de que la mística del virtual Presidente electo de predicar con el ejemplo personal de guiarse en sus pasos con honestidad e influenciar así a los demás con este halo de bondad, moralizará a los carteles de la política y sus secuaces y a las burocracias bajo su mando hasta santificarlos, una misión por sí sola imposible, cuando todos saben que atacará con armas quijotescas vicios ancestrales e intereses propios de la mafia del poder que reciclan mañas y artificios y reverdecen en sus tácticas con los cambios sexenales y, para la vergüenza nacional, consolidan a México al final del sexenio el honor de figurar, siempre más arriba, entre los gobiernos más corruptos del mundo, ni más ni menos.
En realidad buena parte de sus 30 millones de electores aguardan, recelosos a la expectativa, que el nuevo Presidente de la República a partir del primero de diciembre próximo destape la monumental cloaca de los políticos y gobiernos neoliberales para arrimarlos al fuego de los tribunales, enjuiciarlos con el peso de la Ley y sentar así precedentes, antes impensable siquiera de imaginar en las épocas priístas y panistas, contra esas lacras, con la voluntad y el rigor de otros países latinoamericanos donde, por ejemplo, ex mandatarios inmorales y algunos de sus cómplices o socios han ido a parar con sus huesos a la cárcel por corruptos, mientras por acá como paradoja, entre el repudio popular, hasta los indemnizan y premian con jugosa pensión vitalicia por sus gloriosas hazañas.
Las pandillas de corruptos y mafias de la clase política en el poder durante los gobiernos recientes confían, a medias o con ciertas reservas por el momento, en la incongruente oferta de campaña de López Obrador de bendecir sus transas y rapiñas otorgándoles una inconcebible piedad para salvarles sus repudiados pellejos con el generoso perdón y olvido a su descomunal saqueo de las arcas y recursos públicos, pero los mexicanos que le dieron el triunfo arrollador el primero de julio pasado exigen justicia y castigo y, si desde la silla de Palacio Nacional se recula para “reconciliar”, estarían desilusionados con un simple borrón y cuenta nueva para los gobernantes ladrones, una camada de ricos debutantes que han andado por los mismos caminos de personajes de alcurnia como las huestes de los Alemán, Salinas, Foxes, Calderones y Hanks, por citar algunos nombres, que hurgaron en los dineros de la nación para crear emporios propios o con prestanombres y sociedades bajo sospecha, a la sombra de la vista gorda de los sexenios de la corrupción institucionalizada por la dictadura perfecta.
En el nuevo e inquietante escenario para las cúpulas perdedoras, los clanes políticos y los grandes empresarios aliados a los gobiernos neoliberales -- en alianzas de beneficio mutuo desde antes de que ingresaran con este amasiato a las listas de Forbes entre los multimillonarios del mundo unos 36 mexicanos con mil o más millones de dólares cada uno --, esos grupos de poder comenzaron a asediar la vanidad del virtual Presidente Electo y cultivarla con un bombardeo incesante de alabanzas, risibles florilegios de lisonjas y elogios al por mayor, con flautas, siringas y armas – diría Heródoto -- sobre las cualidades y parabienes con que ensalzan y endiosan a su persona como si fuera un ser excepcional que iluminado hubiera descendido del Olimpo, todo un teatro de la simulación para intentar domesticarlo a su antojo, marear sus debilidades propias de la condición humana y rendirlo dócil y mansito a sus intereses identificados con la mafia del poder, a los cotos de poder facciosos e intocables durante las últimas décadas del neoliberalismo crioll; pero olvidan que la sabia memoria colectiva recuerda con asombro que todavía unas horas antes de las elecciones enlodaban su persona con una inclemente guerra sucia coreada por gacetilleros del periodismo de consigna y “analistas” serviles o intelectuales de pacotilla útiles al sistema y lo etiquetaban de ser un “nefasto populista” y “un peligro para México”.
Al paso como iban asimilando la tragedia, el derrumbe del régimen y las sorpresas del cambio, reapareció entre esas personitas la tradicional servidumbre lacayuna tipo las cargadas priístas y, en manadas que daban pena, comenzaron a acechar las emociones de AMLO, a ronronearle como gatos melosos acariciando sus oídos para engañarlo cual Ulises con el canto de las sirenas y la hipocresía de llamarle de aquí para adelante “Don Andrés”, “el Señor Licenciado” y otras burdas sutilezas de quienes soñaron durante toda la campaña y hasta el último minuto con descarrilar su candidatura, para evitar la caída de un sistema podrido que los enriqueció a niveles de la inmoralidad en una nación con 53 millones de mexicanos empobrecidos por la desigualdad, esperanzados hoy sin embargo, con el tabasqueño, en que los corruptos suban por la voluntad popular al banquillo de los acusados, aunque calculan con razón que faltarán cárceles para encerrarlos a todos si arrasan con el clan en el poder y sus empresarios cómplices, un número infinito de funcionarios del gabinete para abajo y gobernadores y alcaldes y tesoreros rapaces de hoy, de ayer y de siempre.
Como en las comedias clásicas salpicadas de confusiones y sorpresas, con el cambio aplastante renacieron entre la clase política, los grandes tiburones de la empresarial, los caciques de la sindical y hasta de ex presidentes confrontados con AMLO, afloraron pues las equivocaciones y la falsedad de los actores en desgracia, las ridiculeces involuntarias y la desvergüenza de desplegar planas en los diarios o cartas amables de felicitación “con los mejores deseos” al triunfador, “por la reconciliación” y “por el bien de la patria” y, como por arte de magia, dejó de ser motejado por estas jaurías modernas como “clon de Maduro”, “peligroso como Chávez y “loco comoTrump” para volverse una esperanza y un rayo de luz, preocupados por aferrarse a los privilegios de saquear tesorerías y gozar la impunidad, de servirse de los contratos de obras públicas amañados, del desvío de recursos a empresas fantasmas y a paraísos fiscales, de las concesiones ilegales, etcétera. Para el catálogo de la picardía nacional rubricaron mamotretos infaltables como los del impresentable Carlos Romero Dechamps, identificado por el pueblo como símbolo de la corrupción, así como de Carlos Salinas, uno de los ex más repudiados de la historia reciente.
Más tensos han de hallarse los señores del poder que, entre sus curiosidades, han exhibido como en desfiles de gala sus relojes Rolex y de otras marcas de lujo y automóviles de colección, mansiones dentro y fuera del país, por si acaso López Obrador va por fin a husmear detrás de sus fortunas para saber cómo las obtuvieron con el simple paso por las altas burocracias donde sobra el dinero para las manos ágiles y corruptas de esta clase que ha depredado a la nación y la hundido en la pobreza y la violencia.
En la euforia del triunfo de López Obrador domina entre la población la creencia de que va a lanzarse a fondo contra los corruptos más allá de elevar el delito a la categoría de grave e imponer algunos candados a los recursos públicos, porque se requiere inaugurar una nueva etapa en la vida del país en una senda democrática inédita como un parteaguas y un nuevo régimen en que los jefes de las mafias de pícaros redomados usen sus argucias sólo para recomendar a los suyos “¡sálvese quien pueda!”
*Premio Nacional de Periodismo de 1996
armandosepulvedai@yahoo.com.mx

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