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miércoles, 6 de junio de 2018
Díaz Ordaz … por Díaz Ordaz
Su hijo “Gustavito” narra sobre el legado donde por escrito; en 215 cuartillas asume la responsabilidad, pero no la culpabilidad de los hechos del 2 de octubre de 1968
CIUDAD DE MÉXICO, 30 de octubre.- Gustavo Díaz Ordaz Borja es el custodio del testimonio de su padre, el ex presidente de México Gustavo Díaz Ordaz y reveló para Excélsior que sí existen las memorias de su padre sobre lo ocurrido antes, durante y después de la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.
El hijo mayor del ex presidente de México ofreció una sucinta visión de lo que Gustavo Díaz Ordaz empezó a escribir tan pronto como dejó Los Pinos, el 1 de diciembre de 1970 y que aún no es público, porque ese testimonio quedó inconcluso cuando murió en 1979.
En poder del hijo del ex mandatario están unas 215 cuartillas mecanografiadas por Martha, la secretaria de todas las confianzas de su padre. En esas hojas de papel, corregidas a mano por Díaz Ordaz, el ex presidente dejó escrita su verdad sobre los hechos de la Plaza de las Tres Culturas, los Juegos Olímpicos y su paso por la embajada de México en España, que tituló Una embajada fugaz.
“Mi papá había asumido la responsabilidad, como lo hizo en su Informe de Gobierno, de las decisiones que tomó el gobierno. Hubo gente que decía, ‘es el culpable’. ‘No, no, no’, decía él, ‘soy responsable de las decisiones que tomó el gobierno’. Siempre las asumió, ética, moral, políticamente, toda esa responsabilidad.
“Pero no asumió la culpabilidad –sigue el hijo del ex presidente–. La culpabilidad alguien la tuvo. Mi papá, yo creo que en el fondo, hasta donde yo siento, pensó que habían sido los líderes, porque él tenía muchas pruebas y había muchas cosas que indicaban que los líderes del movimiento, entre ellos Marcelino Perelló, que fue el que realmente más influyó ahí, los otros se colgaron, querían ser presidentes, pensaban, si esto progresa, y hay una revolución en México, yo voy ser presidente, Heberto (Castillo), (José) Barros Sierra, ese tipo de gente se colgaban y decían ahorita es la oportunidad de lucirse.
“Pero él no se martirizó mucho con eso. Salieron ahí unos panfletos que hablaban de la noche de Tlatelolco, la realidad, como mi papá la vio y como yo me di cuenta cuando fue ex presidente, que platicamos mucho, mucho más, pues fue una trampa para el gobierno, o sea para el Ejército realmente, que entró el Ejército, entró el general (José) Hernández Toledo ‘¡muchachos cálmense!, ¡muchachos cálmense!’, y los recibieron a balazos de arriba para abajo, él tenía tres tiros con trayectoria de las azoteas para abajo. Otros dicen que era el mismo Ejército, eso es una locura y hay gente que lo cree”.
Escribió con prisa
En entrevista, el hijo mayor de Gustavo Díaz Ordaz contó que su padre se apresuró a escribir cuando supo que se iba a morir, a mediados de marzo de 1979, luego de que le habían detectado y quitado un cáncer en el colon que se le regó hacia el hígado y que fue lo que acabó con su vida, a los 68 años de edad.
“Empezó a escribir desde que salió de Los Pinos, pero escribía muy poco. Cuando realmente se apuró a escribir fue cuando sintió que se iba a morir. Por eso mismo no lo terminó, escribió bastante, pero no lo terminó. No lo terminó porque entre más malo estaba le daban pastillas para evitar dolores, y ya no tuvo tiempo”, dijo.
Específicamente sobre el testimonio que escribió Díaz Ordaz, su júnior dijo que tiene unas 90 cuartillas sobre el tema de Tlatelolco; 25 de los Juegos Olímpicos, que iniciaron días después de lo ocurrido el 2 de octubre, y unas 120 sobre su paso por la embajada de México en España. “Es como un libro aparte, que se llamó Una embajada fugaz, que tampoco publicamos”.
Comentó Díaz Ordaz Borja que su padre no mecanografiaba las cuartillas. “Él se las dictaba a una secretaria que fue de su confianza de la época que fue senador, la llamó y empezó a dictar. Dictaba, veía documentos, escribía, tachonaba , se las mandaba a Martha. Martha las mecanografía y ahí las corregía, que es lo que yo tengo, corregidas a mano.
“No más política”
Díaz Ordaz Borja contó que la primera decisión que tomó su papá al dejar la Presidencia fue “que no quería meterse más en nada que tuviera que ver con la política. Y una de las cosas que decidió fue no volver a leer periódicos, porque obviamente lee un periódico y se empieza a enojar. Nadie se lo creía, pero realmente lo hizo: él dejó de leer toda clase de periódicos y revistas, aunque veía películas
“Quería descansar, no quería volver a la política. ‘Yo ya llegue a lo máximo, no quiero volver a trabajar, ni saber de nada, porque seguramente va a haber críticas, para qué leo’, decía mi papá. Entonces se dedicó un poco a viajar, aunque no tanto porque mi mamá se había enfermado un poco antes de que él saliera de la Presidencia.
“Pero cuando podíamos viajábamos todos nosotros, con mi hermana (Guadalupe), con su esposo; mi hermano (Alfredo), con su esposa y yo con mi esposa, a veces invitaba a algún tío. Íbamos a diferentes lugares, a San Francisco, Los Ángeles, a Las Vegas, aunque no le gustaba jugar, lo que le gustaba eran los shows y los buenos restaurantes. A veces jugábamos un poquito de maquinitas, porque ninguno de nosotros somos jugadores. Pero íbamos a buenos restaurantes, casi siempre algún amigo mío conseguía cortesías o algunas cosas. Se la pasaba a gusto”.
Cuenta que antes de que su padre fuera nombrado primer embajador de México en España, luego de la reanudación de las relaciones entre ambos países, en 1977, la familia Díaz Ordaz hizo tres viajes a Europa.
“Una vez con mi papá y mi mamá, que estaba medio malita, mi esposa y yo; él se tuvo que regresar porque mi mamá se puso peor; otra vez organizó y fuimos todos los hijos con las esposas y yo hasta con mis dos hijos mayores, Gerardo no había nacido, y el hijo de mi hermana Lupe, éramos nueve en total”.
“Fuimos a esos viajes a pesar de que mi mamá estaba mala, porque mi mamá estaba muy deprimida y le hacía más daño cuando nos veía, los doctores nos dijeron que la debíamos aislar, y entonces nos salíamos para que no la pasara tan mal mi papá”, dijo Díaz Ordaz junior.
Dos dolores
En 1972, dos años después de haber dejado Los Pinos, la madre del ex presidente, Sabina Ordaz, murió, y al mismo tiempo la enfermedad de la señora Borja iba de mal en peor.
Dijo que mientras estaba en México lo que le gustaba era ir a jugar golf. “Fue un deporte que le gustó mucho, jugaba unas cuatro, cinco veces por semana; no iba los fines de semana porque estaba lleno. En los cinco campos que había en esa época había sido nombrado socio vitalicio, por eso me regaló la membresía de socio del Churubusco”.
Díaz Ordaz Borja recuerda que a su padre le gustaba ir mucho a Jalisco, “ahí tenía muchos amigos y se la pasaba muy bien. Los dos lugares a los que le gustaba ir era a Jalisco y Acapulco. A Jalisco, a Ajijic, ahí tenía una casita de una sola recámara, cerca del lago de Chapala, y ahí había un campo de golf y todos sus amigos lo procuraban mucho, jugaba todos los días y se la pasaba muy bien. Tenía un handicap de 18. Después murió mi mamá, en 1974. Y él se dedicó a eso, a jugar golf”.
Dijo que hasta su casa llegaban muchos amigos de su papá a visitarlo y todos le querían decir algo y él les decía ‘no me platique doctor. ‘No me platique licenciado’. ‘Es que tiene que saber’, le decía. ‘Por favor no me platique, hablemos de lo que sea pero de política nada, no quiero saber nada’, decía el ex presidente de México.
“Yo me acuerdo que una vez alguien llegó y le dijo: ‘Fíjese que Irma Serrano sacó un libro diciendo que anduvo con usted’, que se llamó A calzón quitado. Y mi papá dijo: ‘¿Ah sí? ¿Qué dice?’ ‘Que anduvo con usted y que anduvo con no sé quién y con no sé cuántos; yo creo que le debe contestar’ Y mi papá dijo: ‘sabe qué, yo si voy pasando y un perro me ladra, no me voy a parar a ladrarle’. Entonces salió el tema y yo le pregunté, ‘¿tú anduviste con ella?’. ‘Nunca le he dado ni la mano’. Nunca la conoció y todo mundo cree que anduvo con ella, ella lo anduvo pregonando y ni la conoció. Todavía antes de morir le volví a preguntar y me dijo ‘obvio que no, nunca le di ni la mano’. Como una mentira que se dice y se dice, que queda. Se colgó de eso, hasta inventó que una cama de Carlota y no se cuántas cosas más”.
Su vida en Madrid
Otro de los pasajes que Díaz Ordaz Borja contó sobre su padre fue cuando el presidente José López Portillo, que era muy amigo del ex presidente Díaz Ordaz, lo nombra embajador de México en España, a principios de 1977, cuando volvió a leer los periódicos.
“Mi papá no quería volver a trabajar. Un día lo busca el secretario de Relaciones Exteriores, Santiago Roel. Llega y le dice ‘me encomendó el Presidente que quiere nombrarlo el primer embajador de México ante España’. Platicaron un rato y le dijo: ‘salúdeme mucho al señor Presidente. Dele las gracias de que haya pensado en mí, pero la verdad es que no quiero volver a trabajar’, le dijo Díaz Ordaz al canciller. Roel se rió. ‘Es de verdad, no quiero volver a trabajar’. ‘Pero el señor Presidente dijo que es importantísimo’. ‘Dígale que se lo agradezco, pero no quiero volver a trabajar’.
“A los 15 días se anuncia que mi papá ha sido nombrado embajador y dice ‘en la torre’. Mi papá le mandó con Roel una carta al presidente López Portillo explicándole las razones por la que no quería. Pero Roel nunca le entregó la carta al Presidente y en cambio le dijo que mi papá se había puesto feliz. Al regreso de mi papá de España todo se aclaró, cuando regresó habló con el Presidente. El Presidente se molestó tanto con Roel, que al poco tiempo lo corrió”.
El temple lo mostró hasta en los momentos más adversos
Gustavo Díaz Ordaz Borja, hijo del ex presidente de México cuenta a Excélsior cómo se enteró su padre que tenía cáncer en el hígado y que iba a morir, en una escena que muestra el carácter del ex mandatario:
“A finales de diciembre de 1978 se enferma. Pasa una noche con unos dolores horribles de estómago, le habla al gastroenterólogo que era además su amigo, se lo llevan al hospital y ahí le empiezan a buscar y piensan que es una oclusión, se le resuelve de alguna manera, pero no le encuentran nada.
“El 25 de diciembre me habla mi hermana para decirme ‘mi papá se volvió a poner malo y lo van a operar mañana’. Entonces viene, y me dicen ‘tiene cáncer en el colon, se lo quitamos’. El doctor me llama aparte y me dice ‘lo malo es que siento que se pasó al hígado, lo sentí endurecido. Y si es así no hay nada que hacer. Yo se lo comenté a mis hermanos, platicamos con el doctor y decidimos no decirle a él.
“Mi papá empezó a mejorar y se fue a Acapulco, pero ahí le empezaron unas fiebrecillas, se regresó a mediados de marzo. Llamó al doctor y le dijo ‘yo no soy ningún mariquita, ¿qué tengo? ‘´Tiene un cáncer y lo más probable es que sea en el hígado’, le respondió. El doctor me habló y me dijo, ‘le acabo de decir a tu papá qué tiene’. Me fui a verlo, lo encontré como si nada trabajando, como que no había pasado nada. Le mencioné que había hablado el doctor. ‘Ya sé que ya saben’ y se volteó, y me dijo ‘cómo he flojeado, ahora sí me voy a poner a escribir, he flojeado mucho en lo que quería escribir’. Y se puso a escribir”.
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