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jueves, 30 de junio de 2016

Y ahora… el Mexit


Alejandro Gil Recasens



Hillary Clinton dio a conocer su plataforma económica este lunes en Cincinnati; el martes en Monessen hizo lo propio Donald Trump. Ambas son ciudades industriales declinantes, que han visto cerrar cientos de fábricas y desaparecer miles de plazas laborales. Ohio y Pennsylvania son estados clave para la elección en noviembre.

Llama la atención que cada vez hay más coincidencias entre los contendientes. Para empezar, el tema principal de los dos es el daño que la globalización ha hecho al empleo en Estados Unidos. No es raro en él, pues desde el principio todo su alegato ha estado centrado en eso. Pero sí en ella, que durante meses ha tratado de colocar en el debate otros temas, en los que consideraba tener mayor ventaja (participación de los trabajadores en las utilidades de las compañías, elevar el salario mínimo, promover energías limpias).

La popularidad sorpresiva de Trump y de Sanders, conseguida con banderas de nacionalismo económico, la ha obligado a cambiar. Como se recuerda, ella aplaudió el Tratado de Libre Comercio de América del Norte cuando Bill lo firmó. Ahora dice que ha tenido efectos dañinos para su país. Como secretaria de Estado favoreció la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio. Hoy acusa a ese país de introducir acero subsidiado al mercado americano o de hacer competencia desleal a las automotrices estadounidenses, aprovechando reglas de origen mal hechas. Había sostenido que el Acuerdo Transpacífico era el ejemplo de lo que debería de ser un tratado comercial.

Actualmente lo encuentra tan defectuoso que dice que jamás lo firmará.

Lo segundo a destacar es que ambos se han robado el discurso de Sanders. Donald de plano cita sus mensajes y usa como propio el concepto de “economía distorsionada por las grandes empresas”. Incluso se disculpa por haber sido parte de la elite financiera (“I used to be one of them”).

Hillary ya no sólo está de acuerdo con las propuestas de Bernie de refinanciar los créditos para colegiaturas e invertir fuertemente en infraestructura. Últimamente acepta que hay que reformar el financiamiento de las campañas, subir los impuestos a las grandes corporaciones y meter en orden a los banqueros.

Para que no quede duda, se presentó al evento acompañada de Elizabeth Warren, la senadora demócrata más identificada con el pensamiento de Sanders. Hasta hace poco no la podía ver ni en pintura, por haberle cuestionado sus vínculos con las grandes financieras.

Lo tercero a resaltar es que gran parte de sus textos lo dedicaron a ensuciar la imagen de su oponente y a pintar un panorama económico catastrófico si llegara a ganar. Uno quiere que veamos a Hillary como una mentirosa patológica al servicio de Wall Street, que aprovecha su puesto para hacer negocios. La otra nos invita a imaginar a Donald como un tipo ignorante, temperamental e irracional, que va a tomar decisiones alocadas apenas pise la Oficina Oval. Viene una campaña de descalificaciones personales como nunca se ha visto.

En lo que a México interesa, es de destacar cómo Hillary ha ido asimilando la agenda proteccionista de Trump y de Sanders. El apartado cuatro de su plan de cinco puntos ofrece “dejar de exportar puestos de trabajo”, castigando fiscalmente a las empresas que relocalicen empleos fuera de Estados Unidos. Sus asesores ya están especulando sobre revisar, al menos parcialmente, el TLCAN.

Por el lado de Donald no hay ninguna duda. Rodeado de pacas de botes de aluminio aplastados, listos para reciclarse, culpó reiteradamente al libre comercio del ocaso de la siderúrgica. Todo su plan de siete puntos consiste en reparar el déficit comercial y el desempleo, echando para atrás los acuerdos comerciales e imponiendo elevadas tarifas a las importaciones. El apartado cuatro dice: “Pretendo renegociar inmediatamente los términos del NAFTA, el peor acuerdo comercial de la historia; si no quieren renegociar les avisaré que nos retiramos, en los términos del artículo 2205”.

El Mexit nos puede desequilibrar todas las variables económicas. Si a pesar de nuestros tardíos cabildeos, Washington va a cambiar sustancialmente su política comercial, tenemos sólo seis meses para empezar a diversificar las fuentes de inversión directa y los mercados para nuestros productos.

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