Guillermo KnochenhauerAtravesamos una crisis económica, que se cruza con una institucional y con una tercera, la ambiental, que ya alteró los ciclos de la naturaleza.
No me refiero sólo a México. En todo el mundo se escapan las soluciones, quizás porque las experiencias son contraproducentes y las siguen pareciendo utopías imposibles.
En todo el mundo el mercado está marginando a sectores cada vez más amplios de población a los que desemplea o lleva a la quiebra de sus negocios. Ningún gobierno ni organismo internacional acierta a meter el acelerador de su economía y del empleo; la caída de la demanda por la baja de los salarios medios de empleados y trabajadores, es prácticamente general; todos los países quisieran ampliar su tajada en el comercio internacional, que está en rápida desaceleración.
La incertidumbre domina en los ámbitos institucionales más poderosos, de los que el resto espera señales de orientación. Instituciones como losbancos centrales de Europa, Japón y Estados Unidos han perdido credibilidad. Janet Yellen, presidente de la Fed estadounidense, declaró que podría haber un aumento en la tasa de fondos federales antes de que termine 2015, pero “si la economía nos sorprende, nuestro juicio sobre la política monetaria apropiada cambiará”.
En otras palabras, el Banco Central estadounidense no sabe lo que hará durante este trimestre y si el poderoso banco no lo sabe y no es capaz de orientar las decisiones de los mercados, éstos seguirán dando palos de ciego ante el temor –alentado por los titubeos de la Fed- de que el mundo esté otra vez frente a una recesión.
Sólo en el discurso oficial de nuestro gobierno cabe la declaración del Presidente Peña Nieto, el martes, de que “México puede prever escenarios futuros, planear con sentido estratégico y tomar decisiones responsables para hacer frente a las demandas sociales y económicas”.
El desprestigio de varias instituciones del Estado mexicano está en su peor momento en 75 años. No solamente es cada vez más ineficaz en la atención a las demandas sociales y económicas, sino que las acciones que emprenden gobiernos, legislaturas (partidos) y jueces no sólo no cumplen su cometido, sino que suelen tener efectos contraproducentes para la sociedad por efecto de la corrupción y de la impunidad. El caso más evidente –de ninguna manera el único- es la inseguridad pública que se genera en las instituciones responsables de procurar el orden jurídico y la justicia.
Lo bueno de la crisis global es que cada vez se hace más evidente que las decisiones de los organismos internacionales y de casi todos los estados nacionales ven por la suerte de los negocios antes que por la de toda la población.
Lo bueno de ello, decíamos, es que las utopías empiezan a ganar espacio en esferas de mayor poder. El Papa Francisco, en su encíclica “sobre el cuidado de la casa común”, pide «cambiar el modelo de desarrollo global» de manera que la política vuelva a prevalecer sobre la lógica económica y “la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana”.
¡Vaya pretensión del Papa!: recuperar las instituciones públicas para poner el mejoramiento de la vida en sociedad en el centro de las decisiones políticas y de la marcha de la economía. ¿También será acusado de populista?
Los tiempos son propicios para imaginar y realizar lo que parece imposible.
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