¿Por qué se le dice don Goyo al volcán Popocatépetl?
Uno de los
volcanes más representativos de México es el Popocatépetl. Pero, ¿sabes por qué
se le apoda don Goyo? Si no, ¡aquí te contamos!l
Además de la
leyenda que asegura que los volcanes
Iztaccíhuatl y Popocatépetl son producto de una triste historia de
amor, existe una narración que nos cuenta el origen del apodo de este último;
es decir, de don Goyo.
Según lo que
se cuenta en el poblado de Santiago Xalitzintla, ubicado a 12 kilómetros
del Popocatépetl, existen personas conocidas como temperos, los cuales
pertenecen a la familia de los Analco.
De acuerdo
con la tradición, los temperos son personas “elegidas” que tienen la
capacidad de comunicarse con el espíritu del volcán. Es así como el origen del
apodo se debe a uno de los temperos más famosos que han existido: don
Gregorio Chino Popocatépetl.
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Sin embargo,
don Gregorio no era un tempero común, pues lejos de escuchar los pensamientos
del Popocatépetl; aquel hombre era considerado como la personificación misma
del volcán.
Por eso, se
cuenta que aparecía cada vez que el Popo estaba próximo a activarse. De esta
forma, advertía a los pobladores sobre los posibles peligros que se acercaban y
conseguía prevenir desgracias.
Debido a las
apariciones de don Goyo, poco a poco la gente del poblado empezó a conocer
con ese nombre al volcán. Incluso, como agradecimiento, cada 12 de marzo (Día
de San Gregorio Magno) los pobladores le ofrecen bellas flores y deliciosos
alimentos al imponente volcán.
La leyenda
del Popo y del Izta
Según se
cuenta, las montañas del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl en
realidad son un joven guerrero y una bella doncella. Ambos eran tlaxcaltecas y
se amaban con toda la fuerza que les permitía su corazón. Sin embargo, un día
en el que el joven debía partir para librar una de las muchas batallas que se
dieron entre tlaxcaltecas y mexicas, la tragedia los alcanzó.
Aunque ambos
habían prometido casarse cuando él regresara de la lucha, su fiel amada
sucumbió ante la muerte. A su regreso, y a pesar de resultar victorioso, la
noticia le robó cualquier ápice de felicidad. Según se cuenta, sus últimos días
se enfocaron en tratar de honrar a su amada.
Finalmente,
encontró la manera. Así que, sin perder más tiempo, mandó a erigir una tumba
monumental bajo el sol. Ordenó que para ello se amontonara una decena de
cerros. Posteriormente, cargó a la que sería su futura esposa entre sus brazos
y la llevó hacia la cima de la montaña.
Estando ahí
le dio un último beso y se arrodilló junto a su amada para velar su sueño eternamente.
No se sabe si fue obra de los
dioses prehispánicos, pero el tiempo pasó y se levantaron dos
colosales montañas que parecen mirarse y adorarse por la eternidad; éstas son
el mítico Popocatépetl y el impresionante Iztaccíhuatl.
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