El inicio de la vacunación masiva en Ecatepec, ocurrido esta semana, muestra la realidad que vivimos en México. Acostumbrados, pero no resignados a la marginación, los habitantes de ese municipio padecieron la impericia de un gobierno decidido a sacar toda la raja política a la aplicación de las dosis contra el Covid-19. En ese sentido, prepárense todos los no capitalinos.
El control –es un decir– de la vacunación lo tiene Bienestar. Porque los funcionarios de esa secretaría no fueron incrustados en las cuadrillas de aplicación de vacunas. No. Ellos son los ejecutores del plan para la inmunización –es otro decir– de los mexicanos. Ni las Fuerzas Armadas ni las autoridades de salud federales, y mucho menos los funcionarios locales pesan más que las huestes de Gabriel García Hernández, el personaje que controla a estos “correcaminos” que, como en toda improvisada copia, resultaron malones.
Gracias al desastre de los primeros días de la vacunación en Ecatepec ha quedado claro quién mueve el pandero en tan desafinada orquesta. Porque si bien la aplicación de vacunas comenzó desde diciembre, la dimensión de la impericia de Gabriel ha sido expuesta en plenitud en el municipio mexiquense.
Previo a esta semana tuvimos el incumplimiento del compromiso presidencial de vacunar a todo el personal sanitario. Eso no ha ocurrido. Se puede argumentar que algunos de los embarques no llegaron y por eso la falla en proteger a la gente de primera línea contra el Covid-19, pero lo cierto es que el propio gobierno decidió privilegiar a maestros de Chiapas y a burócratas de las cuadrillas de Bienestar antes que a médicas o enfermeros.
Luego, con la vacuna de otra marca –AstraZeneca– vino el asunto de los 330 municipios “marginados”. La aplicación de esas dosis tuvo también en sus primeras horas algo de descontrol, pero en Ciudad de México la curva de aprendizaje fue muy corta y las filas iniciales dieron paso a una logística expedita y menos lacerante para los vacunados.
Y en eso llegó Ecatepec. Un cargamento se destinó en exclusiva para el altamente poblado municipio mexiquense. El desastre del primer y segundo día apenas si puede ser exagerado. ¿Por qué no aprendieron en cabeza ajena?
La respuesta que apuntaría es que la vacunación es un proceso orientado no por la epidemiología, sino por la política. Como argumentos están las declaraciones de distintas autoridades sanitarias del Estado de México, que esta semana dijeron clarito en la radio que ellos estuvieron siempre listos para vacunar en decenas de centros de salud, pero como se desprecia –término mío– a la gente que ha vacunado por décadas para entregar el control del operativo a Bienestar, pues el resultado fue el que vimos: filas de 24 horas, módulos que no abrieron, protestas, toma de calles y, por supuesto, peligro de que haya más contagios por la aglomeración de gente en los centros donde iban a inyectar.
Haría un matiz. Si en la segunda tanda de vacunación en la CDMX hubo hasta viejitos bailando en los centros de vacunación fue porque, sin dejar de ser una operación política, cuando hay alguien profesional al frente las cosas pueden salir bien.
López Obrador permite que la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum intervenga, pero el Presidente no hará lo mismo en el resto del país.
Gabriel exhibirá falta de planeación y profesionalismo no sólo por sus limitaciones, sino porque su verdadero objetivo es el lucro político: en Ecatepec quisieron permitir el lucimiento del alcalde –morenista–. Ya vimos el torpe resultado. Uno que se repetirá en la República a lo largo de las próximas semanas y meses.
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