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lunes, 17 de diciembre de 2018

Sí se hará Texcoco



Antonio Navalón

Los politólogos, suponiendo que alguien sepa lo que eso quiera decir en la actualidad, insisten en repetir, una y otra vez, que el presidente de la cuarta transformación no sabe diferenciar entre la campaña y el poder.

No se rasgue mucho las vestiduras, López Obrador pertenece a la cosecha de los Macron, Trump y Sánchez. En cada uno de esos casos hay un precio de su coherencia que tenemos que averiguar. En el caso de López Obrador, ese precio se llama Texcoco.

Lo que es evidente en este momento es que, si lo mira a mal, todo es un desmadre. Si lo mira a bien, es una gran oportunidad para reinventarse. Y él, que no engañaba a nadie o por lo menos no engañó a nadie con otro instrumento que no fuera más que su verdad, sacó los votos suficientes para hacer lo que está haciendo y más.

¿En qué discrepo? Discrepo en que las cosas se pueden hacer bien o mal. López Obrador y Franklin Delano Roosevelt tienen poco en común, excepto en una cosa: los dos recogieron a sus países del suelo. Uno consiguió levantarlo, después ganó una Guerra Mundial que acabó con el fascismo, aunque es verdad que regó la planta totalitaria del comunismo. El otro ha recogido al país, no tanto del suelo, pero sí de una desmoralización y una pérdida completa de los valores como consecuencia del imperio de la corrupción y la impunidad y ahora trata de levantarlo.

¿Puntos en común? A Franklin Delano Roosevelt le tocó vivir lo que era conocido como el último periodo del gobierno de los jueces.

Oliver Wendell Holmes Jr. es uno de los jueces más importantes de la historia del siglo XX. Hijo del decano de medicina de la Universidad de Harvard y él mismo estudiante de medicina antes de hacerse abogado, fue combatiente en la Guerra Civil y peleó como parte del bando victorioso de la Unión junto con Abraham Lincoln el día de la batalla de Gettysburg, misma que terminó siendo el punto de inflexión de la revolución estadounidense.

Ya saben, como a López Obrador le gusta decir de vez en cuando: “Un gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo”. Lincoln nunca llegó a declarar que ese pueblo, por lo que todo lo había dado, era sabio.

Pero, en cualquier caso, cuando Franklin Delano Roosevelt lanzó en 1933 su campaña del New Deal, Oliver Wendell Holmes Jr. llevaba siendo, durante más de 20 años, presidente de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos de América y este declaró ilegal el New Deal.

La historia se acabó con la salida de Oliver Wendell Holmes Jr. de la presidencia de la Corte y de lo que en la historia moderna se conoce como el fin del gobierno de los jueces.

Wendell Holmes se rasgaba las vestiduras por la crisis de las instituciones que suponía el New Deal. Ahora podemos ver que la crisis de las instituciones no es autónoma y que los López Obrador y los Trump de este mundo no han hecho lo que han hecho por sí mismos si las instituciones no se hubieran devorado a sí mismas, y entonces López Obrador no hubiera obtenido más de 30 millones de votos ni el mundo estaría como está.

Me asombran mucho todos los que dan lecciones de cómo deben de ser las cosas y olvidan que durante todo el tiempo que tuvieron todo el poder lo único que cosecharon fueron fracasos y frustración. Todos ellos olvidaron también las oportunidades, surgidas a raíz de la debilidad institucional, mismas que fueron aprovechadas por Matteo Salvini, en Italia, o Macron, en Francia, para hacerse del poder. En México, López Obrador hizo lo mismo, aprovechó y se hizo del poder, por una sencilla razón. Señoras y señores, no es que las instituciones se hayan ido al diablo, es que, solitas, han terminado por suicidarse.

Como presidente, AMLO no tiene necesidad de hacer una campaña permanente, pero si eso le divierte y así se siente mejor, adelante. Hoy le pagamos, poco, pero le pagamos, para que sea presidente y eso significa gobernar, y para gobernar no necesita vulnerar las leyes.

López Obrador tiene dos caminos, con los votos y mayorías que tiene puede plantear un cambio –que no sea a la Fujimori– de los poderes que no lo acompañan o que le estorban. O bien, tiene el otro camino peligroso e inútil, que es el de mandar a las masas a que se concentren enfrente de las instituciones, en este caso la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y hacer un cambio que, será dialéctico y formal, pero no será profundo ni real.

Yo le pido al presidente de los Estados Unidos Mexicanos que actúe con coherencia bajo la consecuencia del poder que su pueblo le ha conferido. Que no vulnere ninguna ley, pues no tiene por qué. Que proponga en la forma y nudo de la legalidad en la que fue elegido, los cambios que pretende; le sobra poder para conseguirlo casi todo.

Mientras tanto me asusta, porque un líder supremo como él, ungido y tocado, por su vez, en el creador de todas las cosas, tiene que ser consciente de que, si sigue echándole gasolina a la hoguera del odio nacional, puede ser que ni siquiera él sea capaz de apagar el incendio de odios que se pudieran llegar a desencadenar.

En un país donde millones de personas cuando comen tres tortillas es como si fuera su cumpleaños, no se puede hacer una campaña bajo el argumento de que existen servidores que ganan una cantidad superior a los 500 mil pesos mensuales. Sobre todo cuando, además de esa dialéctica, se tiene al alcance de la mano producir las modificaciones legales dentro de la ley misma para cambiar dicha situación. Se veía venir, en la vida existen unas cosas que se llaman derechos adquiridos, pero las revoluciones, todas ellas, devoran a sus hijos.

Un hombre es poderoso de verdad cuando puede perdonar, pues es en espíritu la máxima demostración del poder. Y un hombre es verdaderamente inteligente cuando es capaz de rectificar. Nadie le ganará el pulso político de la guerra por Texcoco a López Obrador, salvo que él llegue a la conclusión, de que pese a los 798 mil votantes del no, la única forma de defender al resto de los 31 millones de personas que lo eligieron y a toda la población que no lo eligió, sea diciendo sí.

Conforme nos vamos acercando al final del año, mi pronóstico personal es que el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México sí se hará en Texcoco. Por eso creo que las revoluciones, incluida la nuestra, deben tener en cuenta que, como se ha señalado dos veces en cinco columnas, Nicolás Maquiavelo decía que “los hombres olvidan más pronto la muerte del padre que la pérdida del patrimonio”.

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