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domingo, 5 de junio de 2016

La unión entre personas del mismo sexo



Alberto Núñez Esteva


Con toda seguridad soy un viejo intolerante, anticuado y fuera de época. Sí, lo acepto. A mis casi 83 años de edad, veo las cosas –algunas- muy diferentes a como las ven los jóvenes en plenitud de vida.

Es mi intolerancia, seguramente, la que me impide aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sí, con toda seguridad que se trata de la intolerancia derivada de mi avanzada edad.

Dentro de poco más de dos años alcanzaré los 60 años de matrimonio. Un matrimonio que me ha permitido disfrutar del mayor placer de la vida: compartir con mi maravillosa esposa las delicias y los desvelos en todos estos años, convivir con mis cinco hijos (uno de ellos ya se encuentra en manos de Dios, pero lo disfruté durante más de 50 años) y mis ocho nietos, dos de ellos, cuatitos, de poco más de un año de edad.

¡Gracias Dios mío! Me has mandado penas y gozos, pero los hijos y los nietos le dan sentido a la vida y llenan los espacios que compartimos mi esposa y yo, que de otra manera estarían vacíos.

El matrimonio entre un hombre y una mujer con el propósito, entre otras cosas, de generar vida y dar continuidad a la especie humana, es el tema que ahora nos ocupa.

¿Precepto religioso? Sí, pero también precepto simplemente humano que responde a la lógica de una civilización ordenada.

¿Puede haber hijos sin que el hombre y la mujer estén casados? Naturalmente y yo no soy nadie para juzgarlos. Cada quien hace uso de su libre albedrío y los demás debemos respetarlo.

La palabra matrimonio, por su etimología proviene de dos vocablos en latín: matris y munium, que juntas significan la madre y quien cuida de ella. En el derecho romano la institución del matrimonio es la unión de una mujer con un hombre, con el fin de formar una familia.

La unión de dos personas del mismo sexo no puede considerarse como un matrimonio.

¿Pero adoptar niños dentro de un matrimonio gay, es decir entre personas del mismo sexo? Perdón pero me parece que va más allá de lo que es aceptable, es decir, me parece inaceptable y no por los principios religiosos que dicta mi religión católica, sino por el mero sentido común.

¿Qué pensarán los hijos adoptivos de estas parejas homosexuales? ¿Qué pensarán sus amigos? ¿Sufrirán alguna discriminación derivada del ¨hogar” en el que habitan? Y podría formular muchas preguntas más. Sí, los hijos adoptivos, de haberlos, pueden ser las verdaderas víctimas de esa irregular relación.

El Presidente Peña Nieto, nos enteramos, está por pasar -o ha pasado- una iniciativa a favor de los matrimonios entre personas del mismo sexo ¿No cree usted, Señor Presidente, que está yendo demasiado lejos y dañando la institución matrimonial a la que muchos le damos una enorme importancia? ¿No cree usted que debiera consultar a la opinión pública antes de “imponer” (porque en México los deseos del Señor Presidente son órdenes) una medida tan controversial como es ésta? ¿No está usted poniendo en juego su prestigio, innecesariamente, frente a un grupo amplio y conservador de la sociedad mexicana a la que usted se debe? ¿No cree usted que hay otros asuntos de mayor importancia que deben atenderse con urgencia, en lugar de impulsar una iniciativa que en apariencia es “políticamente correcta”, pero que afecta los cimientos de la sociedad, el matrimonio y la familia, basamentos de nuestra sociedad actual que se establecieron hace más de dos mil años?

Por mi parte, recomiendo a los señores legisladores que sondeen la opinión pública. No se trata de izquierdas o derechas, de liberales o conservadores. Se trata de conocer la opinión de los mexicanos sobre un tema que nos afecta a todos y actuar en consecuencia.

Mañana será otro día.

El autor es presidente de Sociedad en Movimiento.

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