Muchos inversionistas seguirán con la percepción de que somos un país a la deriva. Ojalá no fuera así, pero la realidad es implacable.
Llevamos muchos años así. A la deriva. A donde el
entorno y las corrientes sociales nos lleven.
Hoy estamos así.
No sabemos si vendrá una gran crisis económica que nos
hunda. Si ocurriera, no tenemos manera de salvarnos. No hay recursos
ni estrategia ni manera de responder.
Como estamos en un ambiente polarizado, los cuestionamientos
al gobierno se perciben como ataques. Y eso genera polarización.
Esa deriva, como la nuestra, se expresó, por ejemplo, en el
Reino Unido.
Murió la reina, la jefa de Estado. Cambió el gobierno y la
primera ministra, Liz Truss, pensó que era la reencarnación de Margaret
Tatcher y lanzó un programa de gobierno basado en la filosofía
ultraliberal de los 80 y produjo el desplome de la libra esterlina,
el nivel más bajo de los últimos 37 años.
Pero, lo peor es que esto es apenas el principio. La libra y
con ella la economía del Reino Unido pueden caer mucho más.
Si las naciones no tienen hoy una dirección económica clara,
el entorno que hay en el mundo nos puede convertir en países a la deriva.
Si tuviéramos hoy un ambiente en el que cada país se las
arreglara con sus problemas, sería una curiosidad lo que los inversionistas
pensaran de la realidad de cada nación.
El problema es que los países económicamente abiertos dependemos
del entorno internacional.
Y, en ese contexto, México tiene fortalezas,
oportunidades y dudas.
Las fortalezas tienen que ver con su política fiscal, que ha
evitado el endeudamiento público.
Las calificadoras han castigado el bajo crecimiento del
país, como primer tema.
Pero, si tuviéramos acaso el mismo crecimiento que hoy
tenemos en un entorno de mayor endeudamiento, la historia sería otra. Quizás ya
hubiéramos perdido el grado de inversión.
Las oportunidades tienen que ver con el crecimiento. Si se
lograra atraer una corriente de inversión, jalada por el nearshoring,
suficientemente fuerte, habría más recursos en el país y una fuerte palanca
para el crecimiento y con ello la mayor recaudación.
Las dudas tienen que ver con el riesgo de no poder
aprovechar las corrientes de inversión extranjera ante la falta de certeza
jurídica y de seguridad.
No sabemos cuántas empresas tomarán la decisión de no invertir
o llevar sus recursos a otro lado ante todos los problemas de México.
Viendo las cifras de inversión extranjera, que claramente
van hacia arriba, existe la duda de si podremos mantener esa tendencia.
Quizás la corriente de inversión externa sea tan fuerte que
logremos evitar que el país vaya a la deriva.
Tal vez, las características intrínsecas de México, como su
cercanía a EU, o bien su perfil demográfico, que asegura una tendencia
creciente en el consumo, pueden ser suficientes para alentar la corriente de
inversión. Aún no lo sabemos.
Pero, el gran tema de fondo que muchos empresarios mexicanos
están observando es que no está claro a dónde nos conducen los proyectos
de este gobierno y cómo van a condicionar los que seguirán a partir del
2024.
Ojalá la percepción que pudiera concluirse es que hay metas
y objetivos muy claros, aunque no los hayamos alcanzado.
La realidad es que nos debatimos en contradicciones. Por
ejemplo, mientras la Secretaría de Economía pone énfasis en la electromovilidad
en su nueva política industrial, la CFE sigue con sus estrategias para
rehabilitar hasta las plantas más viejas, así sean de carbón.
Un área del gobierno jala para un lado y otra para el otro
lado.
Así ha sido buena parte del sexenio.
Por eso, muchos inversionistas seguirán con la percepción de
que somos un país a la deriva.
Ojalá no fuera así. Pero la realidad es implacable y no
importan nuestros deseos.
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