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martes, 2 de febrero de 2016

Santo niño soldado

Por Pascal Beltrán Del Río


Me cuesta mucho trabajo entender el mensaje de la canonización de un combatiente cristero, en vísperas de la llegada del papa Francisco a México.
Es verdad que no se trata del primero que es elevado a los altares, como se decía antes. Ya el 21 de mayo de 2000, el papa Juan Pablo II había canonizado a más de una veintena de ellos, un grupo encabezado por el presbítero jalisciense Cristóbal Magallanes Jara.
Ahora se ha elegido al niño cristero José Luis Sánchez del Río, originario de Sahuayo, Michoacán, uno de los estados que visitará Francisco durante su gira pastoral en este mes.
Desde el punto de vista religioso, no hay mucho más que decir: cada quien reza a quien quiere. Y cada iglesia decide a quién deben venerar sus fieles. No toca a los laicos meterse en esos asuntos.
Sin embargo, la canonización de un cristero michoacano, menos de un mes antes de la visita papal, no puede ser vista como un asunto religioso que compete sólo a los creyentes.
La Guerra Cristera (1926-1929), de acuerdo con historiadores que la han investigado e interpretado, fue más un conflicto político entre grupos de poder que una confrontación de orden religioso.
Y no se trata de tomar partido: el jacobinismo mexicano fue muy pernicioso en cuanto a la limitación de la libertad de culto. Por ejemplo, la prohibición de celebrar actos religiosos en espacios públicos, que duró décadas, era una verdadera aberración.
Pero a pesar de que el gobierno callista ganó la guerra, el cierre de los templos no fue definitivo. La posibilidad de profesar la fe y asistir a misa no se limitó más allá del ámbito gubernamental.
Y a partir de la década de los 60, la postura anticlerical del Estado mexicano se fue relajando, al punto de que un Presidente de la República visitó al Papa en el Vaticano en 1974, y un Pontífice vino por primera vez a México en 1979, inaugurando una serie de viajes papales, en la cual el de Francisco será el número siete. En promedio, uno cada lustro.
Por ello, no encuentro el sentido de hacer santo a José Luis Sánchez del Río.
La versión de la Iglesia es que fue un niño que se sumó a la Guerra Cristera a los 14 años de edad. En el ataque que realizaron las fuerzas federales a Cotija, cedió su caballo al general cristero Luis Guízar Morfín, razón por la que no pudo escapar y fue capturado por los soldados al mando de Anacleto Guerrero.
La historia continúa diciendo que Guerrero no quiso fusilar al niño sino llevarlo con sus padres, a la vecina ciudad de Sahuayo, para que lo metieran en cintura. Al no lograrlo, los federales le cortaron la planta de los pies y lo hicieron caminar hasta el panteón local, donde lo colgaron, lo acuchillaron y lo remataron de un balazo.
Hasta donde entiendo –porque no me meteré en temas de creencias personales sobre la realización de milagros–, lo que la Iglesia reconoce, en primer lugar, es la valentía del niño y su entrega a Dios, pues no renegó de su fe pese a ser torturado por los soldados. Se dice que nunca dejó de gritar “¡Viva Cristo Rey!” mientras duró su martirio.
Pero cualquiera tiene derecho a preguntarse: ¿qué ganamos los mexicanos con la reapertura de una herida como la de la Guerra Cristera? Ése fue un conflicto que costó la vida a unos 60 mil mexicanos, una cifra similar a la del número de muertes en el actual conflicto entre bandas del crimen organizado y entre éstas y las corporaciones de seguridad pública.
¿Quién le habrá vendido al papa Francisco que una canonización así une a los mexicanos?
No veo congruencia entre esa decisión y el mensaje de misericordia que trae el Pontífice.
Insisto, no se trata de tomar partido en un conflicto cuyo inicio cumple 90 años en agosto próximo.
En la Cristiada se cometieron toda clase de horrores, por parte de los dos bandos. Las víctimas fueron principalmente civiles que no eran parte del gobierno dePlutarco Elías Calles y creyentes que fueron incitados por la jerarquía eclesiástica a pelear por sus propios intereses.
Cuando hemos visto a lo que pueden llegar los conflictos religiosos, ¿para qué exacerbar el recuerdo de una guerra civil dolorosa, convirtiendo en santo a un niño soldado, como esos que hoy toda persona consciente quiere sacar de los campos de batalla?

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