Directorio

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martes, 9 de diciembre de 2014

¿Pueden las empresas ser guadalupanas?

México.- La pregunta me surge porque el viernes pasado una línea aérea mexicana publicó un enorme desplegado en doble página en éste y otros periódicos para dar las gracias por su noveno aniversario, primero a Dios (así en letras enormes), luego a la Virgen de Guadalupe (también en las dos planas), luego a los pasajeros, a los colaboradores, al sindicato y a las empresas que de alguna manera se les han sumado.

¿Puede una empresa manifestar sus creencias como institución? ¿Puede manifestar su guadalupanismo, es decir su particular apego a un culto específico? La respuesta corta es: sí, si puede hacerlo, pero en un mundo secularizado ello tiene costos, tanto para la sociedad como para la propia empresa. Debo decir que, en términos generales, la empresa en cuestión (Interjet) hasta ahora me agradaba. Me parece que el servicio que ofrece, comparado con otras líneas mexicanas, es bueno, cómodo y razonable en precios. No tengo (no tenía) nada contra la empresa. Sin embargo, me parece que su inusitada manifestación pública de creencias raya en la discriminación y ciertamente corre el riesgo de alejar a más de uno de sus usuarios.

El problema es que a los dueños o dirigentes de la mencionada aerolínea se les olvidó (o de plano ignoran) que México es una nación pluralmente religiosa y que hay por lo menos 20 millones de mexicanos que no son ni católicos ni guadalupanos. La manifestación pública del guadalupanismo de la empresa, aleja o corre el riesgo de alejar a una buena parte de este sector de mercado de una línea aérea que para todos los otros efectos es muy seria, pero que, manifestando una convicción religiosa corporativa, asume que todo mundo se va a sentir cómodo con esa definición.

El problema es doble, porque por un lado están los clientes, proveedores y consumidores en general, algunos de los cuales podrían sentirse lejanos a esa definición e incluso ofendidos por ella. ¿Qué pasaría por ejemplo si, de la misma manera, algunos de los clientes o socios corporativos, presididos por protestantes judíos o agnósticos, prefirieran alejarse de la compañía? ¿O hacer lo mismo con sus empresas? Ciertamente estarían en su derecho.

Por el otro lado están los propios trabajadores de la empresa, quienes, por razones estadísticas obvias, no son todos católicos y guadalupanos. Lo más probable es que el perfil de los trabajadores refleje el del país, es decir que de cada 10 trabajadores, solo ocho sean católicos y los otros dos sean protestantes, evangélicos, testigos de Jehová, mormones, judíos, agnósticos o de cualquier otra minoría religiosa. Me pregunto cómo se sentirán los trabajadores no católicos ante su propia empresa. Supongo que no muy cómodos y no parte de ella, desde el momento que ésta se define como una compañía con una identidad religiosa que no es la de ellos.

No es ciertamente la única compañía que lo hace. Y hay varias maneras de hacerlo. Ya antes me he referido a la silla en la que alguna vez se sentó Juan Pablo II, expuesta en la entrada de Televisa Chapultepec. Más allá de que el asunto era bastante idolátrico, incluso después de la canonización del papa polaco, la presencia permanente de ese objeto les señala a todos que la empresa es católica. Poco importa allí que muchos de sus trabajadores y colaboradores sean miembros de otras iglesias y creyentes de otras religiones, o de ninguna. No solo eso, sino que antes de iniciar filmación de cada telenovela se celebra una misa, católica por supuesto.

Supongo que los que creen en algo diferente simple y sencillamente no se aparecen en la ceremonia religiosa o participan en ella de alguna manera forzados y presionados socialmente, para no ser marginados del colectivo en el que trabajan.

Hay entonces un enorme equívoco en el comportamiento de los dirigentes de algunas empresas mexicanas.

Ellos pueden tener las convicciones religiosas que prefieran e incluso pueden presentar a sus compañías como corporaciones religiosas. Pero al hacer esto rayan en la discriminación y corren el riesgo de perder una porción del mercado. Por algo la economía o el mercado son el motor principal del mundo secularizado.

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