El 22 de diciembre se cumple un año más del
aniversario luctuoso de uno de los hombres que participaron en la guerra de
Independencia su nombre José María Morelos y Pavón.
Ante esto, se hace una crónica desde el
momento de su aprehensión hasta que fue ejecutado en el Estado de México en
1815.
“Tenía 50 años cuando cayó en manos de los
realistas; llevaba poco más de cuatro años en pie de guerra; había tenido
triunfos militares nada despreciables, pero ninguno como para inclinar la
balanza a favor de la insurgencia. Cuando José María Morelos y Pavón fue
capturado el 5 de noviembre de 1815, estaba completamente quebrado”, resalta.
La crónica de aquellos días indica que “una
vez que Morelos cayó en manos de las tropas realistas fue conducido a la
Ciudadela. Lo esperaban el proceso militar y el inquisitorial. Durante los días
que transcurrieron entre el cinco de noviembre –día en que fue capturado- y el
22 de diciembre de 1815 –fecha en que fue fusilado-, Morelos mostró un rostro
muy humano: se doblegó ante los interrogatorios y ante la posibilidad de que no
alcanzara el perdón de la iglesia y muriera en pecado”.
Los jueces percibieron que el estado
anímico de Morelos estaba quebrado. Así que lo atormentaron con el temor de la
condenación eterna y lo doblegaron.
Morelos confesó la existencia de sus hijos
y la relación con varias mujeres a pesar de ser sacerdote.
Aunque unas de sus confesiones llamaron la
atención, aceptó que entró a la guerra de Independencia solo por seguir a
Hidalgo; además informó a los realistas dónde se encontraban las armas de los
insurgentes, delató a sus compañeros, les señaló las zonas en donde se movían,
quiénes y cuántos eran.
Morelos fue conducido a las cárceles
de la Perpetua para ser acusado de traición al rey y “mucho más traidor a
Dios”, siendo juzgado por la Inquisición.
Del 25 al 27 de noviembre de 1815 el
tribunal juzgó a Morelos y lo condujo al extremo de la humillación al
degradarlo en un auto público de fe:
“Luego que se terminó la lectura de la
causa –escribió Lucas Alamán-, el inquisidor decano hizo que el reo abjurase de
sus errores e hiciese la protesta de la fe, procediendo a la reconciliación,
recibiendo el reo de rodillas azotes con varas... Morelos tuvo que atravesar
toda la sala del tribunal con el vestido ridículo que le habían puesto y con
una vela verde en la mano...” señala WikiMéxico.
Aunado a ellos destaca “con los ojos bajos,
aspecto decoroso y paso mesurado, se dirigió al altar, allí se le revistió con
los ornamentos sacerdotales y puesto de rodillas delante del obispo, ejecutó
éste la degradación por todos los órdenes, según el ceremonial de la iglesia.
Todos estaban conmovidos con esta ceremonia imponente; el obispo se deshacía en
llanto; sólo Morelos, con una fortaleza tan fuera del orden común que algunos
la calificaron de insensibilidad, se mantuvo sereno”.
Durante el acto de degradación Morelos dejó
caer alguna lágrima y es que era la primera vez desde la conquista, que este
terrible acto se efectuaba en México.
La mañana del 22 de diciembre de 1815,
Morelos fue sacado de su prisión en la Ciudadela por el coronel de la Concha y
fue trasladado en carruaje hacia el norte de la ciudad de México, en dirección
hacia la Villa de Guadalupe.
En la capilla del Pocito, en el cerro
del Tepeyac, Morelos pidió permiso para detenerse un momento; bajó del
coche, se arrodilló y rezó un momento. Luego continuaron el viaje hasta San
Cristóbal de Ecatepec, a donde llegaron cerca de la una de la tarde.
Morelos todavía tuvo ánimo para una última
comida: probó un caldo con garbanzos y luego se fumó un puro de hoja. Cuando
las campanas anunciaron las tres de la tarde, Morelos supo que había llegado el
momento, se puso de pie y le dijo al oficial realista: “No nos mortifiquemos
más, vamos señor Concha, venga un abrazo”.
Morelos se negó a que le vendaran los ojos;
lo pusieron de rodillas y con un crucifijo en la mano dijo: “Señor, si he
obrado bien, tú lo sabes; y si mal, me acojo a tu infinita misericordia”. Una
sola descarga acabó con su vida. Su cuerpo fue sepultado de inmediato.
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