*Andanzas de Ángel Trinidad Ferreira
JOSÉ MARTÍNEZ M.
En medio de una luz tenue resplandecía la figura de un viejo
periodista en el que fue hasta finales del siglo XX el ex Convento de la Limpia
Concepción. Cuando cruzamos nuestras miradas, él se levantó de su asiento y
caminó unos leves pasos sobre las añejas baldosas de piedra de esa construcción
erigida a finales del siglo XVI, la que desde hace un poco más de cuatro
lustros es un hotel emblemático de la ciudad de Puebla. Ángel Trinidad Ferreira
extendió sus brazos y me brindó un apretujón afectuoso. En medio del silencio
escuché el palpitar de su corazón de azúcar.
Así de sencillo, Ángel fue siempre leal a sus amigos y con
sus colegas. Aunque mi trato con él fue mínimo, las contadas veces que nos
vimos fue con afecto y con un diálogo franco. Seis años antes de que yo
naciera, él se iniciaba como un bisoño periodista, nuevo y sin experiencia pero
con el tiempo descollaría como uno de los más importantes columnistas políticos
de la llamada “vieja guardia”.
Por diversas razones profesionales durante un tiempo mantuve
un trato con periodistas de su generación. Las charlas con ellos fueron para
enriquecer algunos de mis libros. Junto con Ángel podría citar a Eduardo
Deschamps –uno de los pioneros del periodismo cultural, del cual fue un
columnista sagaz– y a Manuel Mejido, reconocido por sus audaces reportajes y
entrevistas.
A diferencia de Trinidad Ferreira, a quien yo busqué para
consultarlo sobre sus entrevistas con el profesor Carlos Hank González, en el
caso de Mejido fue diferente. Él me buscó para entrevistarme precisamente para
elogiar mi trabajo sobre el Profesor, cosa que yo le agradecí, siendo él uno de
los más grandes reporteros de nuestro país. Y los dos (Trinidad Ferreira y
Mejido) fueron muy cercanos a Julio Scherer García y a Carlos Denegri. Este último
les enseñó algunos trucos del oficio cuando ambos eran unos aprendices.
En el hotel Camino Real, ahora llamado Quinta Real,
propiedad de Olegario Vázquez , dueño también del periódico Excélsior, de
cuyos despojos se hizo propietario con la complicidad de Marta Sahagún, el
viejo columnista Ángel Trinidad narra en una prolongada charla con su hijo
Emilio Trinidad Záldivar sus andanzas en el periodismo a partir de sus inicios
en 1951, hace ya siete décadas, cuando decidió mandar al carajo sus estudios de
ingeniería para pasar a convertirse en un incipiente periodista, oficio al que
se entregó en cuerpo y alma.
En su libro Charlando con mi padre (La vida de
Ángel Trinidad Ferreira… Testimonio de 67 años de periodismo), Emilio da cuenta
de los agravios, los buenos y los malos momentos en la andanzas del veterano
periodista, con todo Ángel Trinidad confirma la sentencia de Gabriel García
Márquez, “el periodismo es el mejor oficio del mundo”.
Periodista desde los tiempos del gobierno de Adolfo Ruiz
Cortines hasta los inicios de López Obrador, Ángel mantuvo con sus diferentes
matices un trato con casi todos los presidentes de la república, lo mismo que
con políticos de todas las tendencias ideológicas, que enriquecieron su vida y
su quehacer profesional.
Hace unos años, no hace mucho tiempo, acudí a un
conversatorio internacional en Chiclana de la Frontera, en Cádiz, en Andalucía,
muy próximos al territorio de Marruecos. Ahí nos congregamos una veintena de
periodistas y escritores para hablar del periodismo y la vida.
Nos convocó la Casa de la Cultura y la Asociación de la
Prensa de Cádiz, entre otros recuerdo a Fernando Santiago, presidente de la
asociación de los periodistas de Cádiz, al filósofo Fernando Savater, a los
escritores Xavier Pericay, Alfonso Armada, Andrés Trapiello y a la escritora
Empar Pineda.
Fue un deleite convivir y escuchar a todos los
participantes.
Ahora que Ángel Trinidad Ferreira descorre el telón de sus
vivencias a los largo de casi siete décadas, nos habla del periodismo y la
vida. Hay un tema muy particular: el de la gratitud pero no por ello menos
importante, el de la envidia con sus intrigas, donde desfilan conspicuos
personajes del periodismo y la política.
Rico en anécdotas y episodios del periodismo político, el
libro de la conversación de Emilio Trinidad con su padre nos remite a la
compleja relación entre políticos y periodistas buenos y malos, aderezada por
la corrupción pero también de la amistad a secas.
En una de mis charlas con Ángel Trinidad para la elaboración
de mi libro Las enseñanzas del Profesor (Indagación de Carlos Hank
González… Lecciones de Poder, Impunidad y Corrupción) el veterano columnista me
confió cómo a mediados de la pasada década de los setentas, en una entrevista
con Hank le reveló la famosa frase que se convirtió en un aforismo de la
política mexicana: “Un político pobre, es un pobre político”.
Ángel Trinidad en esa entrevista había dado cuenta de las
ambiciones del Profesor quien añoraba en convertirse en presidente de la
república, cuando entonces despachaba como gobernador del Estado de México y ya
contaba con una inconmensurable fortuna.
A diferencia de quienes se enriquecieron prostituyendo el
oficio periodístico, Ángel –quien nació para ser periodista– llegó a la vejez
con dignidad llevando una vida espartana, como lo fue siempre: austero, sobrio
y rígido.
Desde hace más de medio siglo vive en la misma casa que
construyó con el esfuerzo de su trabajo. El mismo Julio Scherer –su compadre y
amigo de toda la vida– atestiguó, ante falsos rumores e intrigas, cómo llevaba
la vida uno de los principales columnistas del viejo Excélsior.
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