Los sucesos que ha experimentado el país en los últimos
días, con el presidente Andrés Manuel López Obrador contagiado de
Covid-19, la confirmación del desplome de 8.5% de la economía en 2020, los casi
160 mil muertos oficiales por la pandemia y la reticencia del gobierno a
cambiar su estrategia sanitaria y económica, confirman que México está sometido
a la voluntad de una sola persona que, para bien o para mal, marcará el destino
de generaciones con sus decisiones.
También confirman la debilidad de un equipo de gobierno que
se percibe desconectado y perdido ante la falta de su guía, y que se muestra
vulnerable ante cualquier tipo de ataque externo. Todo esto es seguido
milimétricamente por el mercado, es decir por los inversionistas, quienes de un
plumazo podrían causar una devaluación del peso y una crisis económica tan
escandalosa como lo deseen.
La mañana del 29 de enero se desató en redes sociales el
rumor de que el Presidente había sido víctima de un infarto cerebral,
clínicamente conocido como embolia, lo cual fue suficiente para que los
inversionistas entraran en pánico y castigaran al peso mexicano, que en esa
misma jornada llegó a perder 40 centavos frente al dólar, hasta que el
mandatario salió a desmentir indirectamente la información, para cerrar en
20.58 pesos por dólar.
Ni siquiera el anuncio del contagio, ocurrido el domingo 24
de enero, registró el impacto en los mercados que dejó el rumor del infarto
cerebral. De hecho, en la evolución del tipo de cambio se observa una ligera
apreciación del peso mexicano entre el lunes 25 y martes 26, cuando la moneda
llegó a cotizarse en 19.96 por dólar, en un panorama en que el propio
Presidente había anunciado que tenía síntomas leves de la enfermedad y la
energía para amarrar una compra de vacunas rusas con Vladimir Putin.
Sin embargo, la frágil estructura del gobierno se fue
mostrando, incluso recrudeciendo, durante esa misma semana, en el espacio que
el propio López Obrador ha utilizado para fortalecer su mandato y sus ideas: la
conferencia de prensa en Palacio Nacional.
A escena salió la secretaria de Gobernación, Olga
Sánchez Cordero, quien acabó con la doctrina de las llamadas mañaneras.
Podría asegurarse que la responsable de la política interior aprovechó el
momento para evidenciar las estrategias de preguntas inducidas del coordinador
de Comunicación, Jesús Ramírez.
De acuerdo con el Artículo 84 de la Constitución, Sánchez
Cordero sería la encargada de asumir el Poder Ejecutivo ante la falta absoluta
del presidente de la República, por lo menos en el plazo de 60 días que tiene
el Congreso de la Unión para designar a un interino o sustituto. Esto significa
que la legisladora con licencia y ministra en retiro sería la jefa de Estado
provisional, es decir, los tres Poderes de la Unión representados por una sola
persona, quien por cierto tiene seis años más que Andrés Manuel López Obrador.
Posteriormente, y tomando en cuenta que hemos rebasado ya
los dos primeros años del sexenio, tocaría al Congreso constituirse en un
Colegio Electoral para elegir a un presidente sustituto que gobierne hasta 2024
y concluya el periodo para el cual fue electo AMLO. No habría elecciones
extraordinarias, por lo que se abriría el juego para que los interesados
cabildeen su designación con los legisladores.
En un escenario totalmente hipotético, estaríamos viendo
entre las opciones de relevo a los tres más visibles contendientes por la
candidatura de 2024: Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Ricardo
Monreal, aunque acompañados de muchos liderazgos de Morena y activistas que
alzarían la mano para gobernar el país, tal como sucedió con el proceso para
elegir al nuevo dirigente de ese partido, al que se inscribieron más de 100
aspirantes.
No cabe duda de que México, como nunca en su historia
reciente, había estado tan vulnerable en términos económicos, políticos y
sociales ante la voluntad y vicisitudes de un solo hombre: el presidente.
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