La oposición requerirá una candidata o candidato disruptivo que pueda polarizar y enfrentar a Sheinbaum o a quien decida López Obrador como sucesor.
La encuesta que publicó El Financiero este miércoles sobre
cómo arrancaron los aspirantes a la candidatura presidencial de la oposición,
arrojó un sorprendente grupo de cinco donde la diferencia entre todos se
encuentra dentro de los márgenes de error. En la punta están empatados Xóchitl
Gálvez y Santiago Creel, con 11% de preferencia, seguidos de Lily Téllez –que
ya se bajó de la contienda que organiza el Frente Amplio Por México– con 10%,
Enrique de la Madrid con 8%, Claudia Ruiz Massieu y Miguel Ángel Mancera con 7%
cada uno. La fotografía no es promisoria: si hoy fueran las elecciones
presidenciales, Morena ganaría por 10 puntos, según un estudio de Demoscopía.
La oposición está en otras cosas, en los albores de su
proceso, y se encuentra inmersa en un debate público por el método que
propusieron para sacar a quien mejor sea evaluado, mediante un entramado
complejo que a varios no gustó. Téllez fue la última en retirarse del proceso
organizado por el frente y el domingo, con las meras filtraciones a la prensa
sobre su arquitectura, Germán Martínez hizo lo mismo. El único candidato
ciudadano distinto a los 14 que levantaron la mano para participar, Gustavo de
Hoyos, aún no dice si juega con las reglas planteadas o ve para otro lado.
Sin embargo, el proceso iniciado el lunes, más allá de si
gusta o no el método, cambió el metabolismo de la oposición y, después de meses
de ausencia eficaz en la arena pública, pasó al centro de la conversación. El
proceso híbrido de consulta directa, encuestas y foros, irá descartando
aspirantes hasta tener una terna finalista de la cual saldrá la candidatura el
3 de septiembre, tres días antes del anuncio de Morena sobre quién abanderará
al partido en 2024.
Aunque todo apunta a que Claudia Sheinbaum será la candidata
presidencial y aún no debe descartarse a sus adversarios, lo que sí debe tener
claro la oposición es que la estrategia que desarrollará López Obrador y Morena
para mantener en su bolsa la Presidencia es la polarización, el método
permanente que utiliza el Presidente para cohesionar a los suyos, dividir a la
oposición y ganar elecciones.
Es fácil argumentar que, definitivamente, habrá una campaña
polarizada. En un interesante análisis publicado hace un mes sobre el fenómeno,
el jefe de encuestas de El Financiero, Alejandro Moreno, explicó que la
polarización significa tener puntos de vista no sólo contrarios, sino alejados
uno del otro, donde en un tema de conflicto, en vez de tomar posturas
intermedias, algunas personas se van a los polos o puntos extremos. Es decir,
“se polarizan”.
Al tener la polarización política distintas facetas y
poderse medir de maneras diferentes, agregó, una forma muy sencilla y común de
identificarla es ver cuántos mexicanos se ubican en los extremos de un eje
ideológico de izquierda y derecha. Moreno citó la encuesta de El Financiero en
marzo de este año, donde 21% de las personas entrevistadas se ubicó en el punto
1 de una escala de 10 puntos de izquierda a derecha, mientras que 15% se ubicó
en el punto 10, lo que arrojó que las posturas extremas sumaron 36% del total,
mientras que las centristas representaron 30%.
Pero en marzo de 2011, en el quinto año del gobierno de
Felipe Calderón, otra encuesta que realizó Moreno para Reforma encontró que los
extremos representaron 27%, contra 33% que se ubicó en el centro. En 12 años,
el extremismo ganó nueve puntos, equivalentes a 4.5 millones de electores, lo
que marca una tendencia a la polarización que, puede argumentarse, ha sido
alimentada por López Obrador como parte de su estrategia electoral. Su
narrativa mañanera y su desinterés sobre cualquier tema que no represente votos
lo encasilla en ese objetivo.
Jorge Buendía, fundador y presidente de Buendía y Márquez,
no ve la polarización como Moreno, y considera que este fenómeno sólo podría
definirse de esa manera si existieran dos grupos de tamaño relativamente
parecidos y encontrados con posiciones diversas, lo que no es el caso con López
Obrador y Morena, donde la mayoría de las personas los ven con simpatía, de
acuerdo con todas las encuestas públicas conocidas. En la encuesta de encuestas
de Oraculus.mx, en 53 meses en el cargo López Obrador tenía 67% de aprobación,
cuatro puntos más que Ernesto Zedillo, y 45 arriba de Enrique Peña Nieto.
La ecuación electoral que tiene que realizar la oposición
para 2024, en estos momentos, no es compleja. Para ser competitiva requerirá
una candidata o candidato disruptivo que pueda polarizar y enfrentar a
Sheinbaum o a quien decida López Obrador como sucesor. Bajo ese parámetro,
Gálvez y Téllez son las mejor dotadas. Creel y los demás en la encuesta
publicada en El Financiero no entran en ese molde.
No se puede olvidar que el centrismo es una estrategia que
ya no funciona. Roberto Madrazo lo intentó en 2006 cuando contendió por el PRI,
y fue borrado por Felipe Calderón y López Obrador. Alejandra del Moral hizo
recientemente una campaña sin contrastes y con guantes de terciopelo contra
Delfina Gómez, quien rompió la hegemonía del PRI en el Estado de México de casi
un siglo de dominio.
La polarización que vivimos no es ideológica, sino emocional
y pasional, que se alimenta por la creciente animadversión entre los
simpatizantes de los partidos y la inexistencia de grises para evaluar a López
Obrador: lo aman o lo odian. El Presidente no aparecerá formalmente en la
boleta presidencial, pero la elección será sobre él y para un referéndum sobre
su mandato.
¿Quién puede encabezar mejor a la oposición? En la
actualidad no hay lugar para los moderados y los centristas. López Obrador es
el rey maniqueo y ha definido el campo de batalla electoral. Si la polarización
es el nombre de su juego, el frente y quienes voten por sus candidatos deben
pensar que sus posibilidades pasan por el choque y la ruptura, no por actitudes
timoratas. Gálvez y Téllez son opciones, pero no necesariamente deban ser las únicas.
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