A pesar de no tener luz, agua y ni siquiera un techo, la plaza Giordano Bruno, en la colonia Juárez en la Ciudad de México, se convirtió en un albergue temporal de migrantes.
En las banquetas que rodean al parque, se ven grupos enormes
de personas, casi todas haitianas, que buscan una sombra con la que protegerse
del intenso sol que cae sobre la capital del país.
Al dar la vuelta por el lugar, se ven tendederos
improvisados. En la situación que se encuentran, hasta los arbustos sirven para
secar la poca ropa que trajeron con ellos desde la isla del Caribe.
Los zumbidos de los mosquitos se mezclan con las
conversaciones de la gente. Algunos escuchan música, mujeres se trenzan el pelo
mientras cuidan a sus hijos. Otros buscan un espacio para poder seguir
durmiendo.
Los niños pasan corriendo mientras ríen, otros se esconden
detrás de sus padres cuando ven pasar a algún extraño.
En la esquina, está la señora Elizabeth que vende dulces,
papas y refrescos. Dos menores se acercan dudosos con ella para preguntar por
el precio de una de las golosinas.
“No me quiero gastar mis pesos. Mi mamá no va a querer
gastar más pesos en mí”, lamentó uno de ellos para después irse caminando hacia
unos juegos que se encontraban del otro lado de la calle.
A la sombra de un puesto de periódicos, Gregory, un inmigrante haitiano que lleva 21 días en la Ciudad de
México, le dijo a este diario que para él la migración tiene un nuevo
sentido después de su viaje.
“Sé lo que es un inmigrante, ahora veo que esa palabra sí es
pesada. Yo viví esa experiencia, yo fui inmigrante”, cuenta mientras recuerda
su largo camino desde Chile hasta la colonia Juárez.
Al ser cuestionado sobre su experiencia en el país, dijo que
en general ha sido buena, aunque sus compañeros y él se han encontrado con
retos.
“Muchos de nosotros no hablamos español para poder
defendernos, o nos roban, nos suben los precios… Hay personas de corazón malo
que saben que no sabes nada del país y te suben el precio, y tú ni siquiera
tienes dinero, pero es algo que nos toca vivir”, comenta Gregory.
Además, agrega que las autoridades no siempre le han
ayudado, y por el contrario, lo han tratado como a un delincuente.
“Antes de llegar a la capital de México yo caí en la cárcel.
Para ellos es un Centro de Detención pero para mi eso es cárcel porque
no tengo acceso ni a mi celular para avisarle a mi familia que estoy detenido”,
lamenta Gregory.
Ahora que se ha visto obligado a vivir en la calle, el
haitiano con sueños de llegar a Estados Unidos a reunirse con su familia
sostiene que le da mucha lástima encontrarse en esta situación.
“A mí me da vergüenza porque no me siento bien con que pasa
un auto y nos mira. En Haití estábamos mal, pero comíamos y teníamos un techo.
No es normal para mí, sin bañar… aquí ni un negro hay. Yo siento vergüenza,
pero estoy intentando ignorar la realidad”, confiesa, aunque para él tener que
dormir en el pavimento no es la peor parte de su experiencia durante su estancia.
“Lo más duro no es dormir en la calle, sino que cada vez que
estás en un problema, piensas en la solución. Entonces para mí lo más duro no
es dormir sino qué hacer para que mañana no se vaya a repetir”, afirmó.
A lo largo de la conversación, el migrante deja ver su
optimismo constante, razón por la que ha seguido caminando.
“Dios siempre pone carga a una persona que puede aguantar”,
y agrega con una sonrisa que “es complicado, pero yo creo que no es el fin del
mundo. Todo es temporal, un día puede ser que las cosas cambien”.
Su historia es diferente a la de Jean, otro migrante
haitiano que sostiene que lo único que quiere es la tarjeta que lo reconozca
como asilado que otorga la Comisión Nacional de
Ayuda a Refugiados (COMAR) para poder encontrar un trabajo.
Con un tapabocas cubriéndole la barbilla, relata que para él
lo importante no es llegar a Estados Unidos, sino poder encontrar un
trabajo aquí en México, algo que no puede hacer por la lentitud dentro de la
comisión.
“Hay que esperar a la COMAR que dice que hasta julio,
noviembre es la cita, pero no nos conviene a nosotros. Es mucho tiempo”,
explica.
Jean afirma que ya ha salido a preguntar, y que trabajo hay,
pero no para él, ya que todos le piden algún papel para demostrar que puede
trabajar de manera legal en el país.
“Nosotros buscamos una vida, y aquí hay trabajo, porque yo
fui a buscar trabajo y hay, pero con los papeles que nosotros tenemos no nos lo
dan, porque nos piden la tarjeta humanitaria”, señaló.
Durante toda la entrevista, Jean deja ver que sufre porque
tiene un bebé que se encuentra en las mismas condiciones que el resto de los
migrantes en el campamento.
“Es muy complicado para nosotros, pero tengo a mi hijo
con varios días sin comer… es muy complicado”, lamenta.
Algo que frustra al haitiano es que no tiene ninguna otra
opción más que esperar la cita en la COMAR, algo que se siente como si nunca
fuera a llegar.
Para finalizar la conversación, Jean se voltea a enseñar la
plaza y dice “estamos aquí, pero ¿qué vamos a hacer? Lo que queremos es buscar
trabajo, pagar renta… vivir tranquilos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario