En la mañanera AMLO tiene un
instrumento efectivo para hacer pensar a la gente que la corrupción y la
violencia deben atribuirse a gobiernos del pasado, pero parece un formato
agotado.
Los dos terrenos de mayor desacierto gubernamental que se atribuyen a la
administración de Enrique Peña Nieto se encuentran en la corrupción y la
violencia. La primera destapada con la adquisición de la ‘casa blanca’ en
Bosques de las Lomas, y la segunda con la inacción del gobierno ante la
barbarie de Iguala, durante la matanza de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.
No puede sino reconocerse que ambos eventos fueron terriblemente graves,
pero fueron infinitamente más trascendentes una vez que el veterano candidato
de oposición, Andrés Manuel López Obrador, los convirtió en un lema de
campaña…de lo contrario, el nombre de los estudiantes aún resonaría en las
páginas noticiosas de nuestros días.
El actual presidente de la república puede ser criticado por su forma de
gobernar o por la asunción de resoluciones que han provocado descalabros en el
terreno del derecho, de la economía o de la política exterior; sin embargo,
nadie puede cuestionar el éxito que ha tenido en la acción de identificar el
malestar de la ciudadanía y el diseño de la narrativa electoral necesaria para
atribuirlo a los gobernantes del pasado.
A pesar de lo anterior, un tema es cierto y él no puede aportar prueba
alguna que lo contradiga: Andrés Manuel López Obrador recibió del PRI un país
con finanzas públicas sanas, con proyectos económicos en marcha y con un marco
constitucional de avanzada que prometía un futuro productivo para el país.
El problema es que las causas del malestar ciudadano en contra de las
que apuntó su fusil permanecen presentes y se agravan, que su inexperiencia y
la de su equipo han demostrado incapacidad para enfrentar el problema de la
pandemia, y la efervescencia propia de su estilo de gobernar provocan
desconfianza, que se ha evidenciado en la marcha de la economía y los negocios
en el país.
A pesar de que el presidente conserva en las mañaneras un instrumento
que aún sigue siendo efectivo en el propósito de hacer pensar a la gente que
los problemas de corrupción y violencia deben atribuirse a los gobernantes del
pasado, el discurso empieza a ser insuficiente para explicar los descalabros
presentes y sus efectos en la economía de las familias. El presidente pasa por
alto la capacidad y agudeza política de una sociedad más crítica que él mismo
ayudó a construir.
Es en esas circunstancias que la semana pasada sufrió en carne propia el
tormento que él mismo hizo pasar a sus adversarios en el pasado, y al elegir
permanecer atrincherado en su camioneta durante dos horas, en Chiapas, el
presidente pudo empezar a vivir lo que bien podría ser el comienzo del fin de
su propia administración.
La ebullición de los problemas nacionales se impone como una realidad
que difícilmente podrá superarse a través de discursos mañaneros –plagados de
estadísticas y aproximaciones carentes de verdad. Es en ese escenario de
inverosímil idealidad que el propio presidente podría estar sembrando las
semillas con que la oposición llegará a cosechar los frutos de un discurso que,
durante el primer trienio, no encontró condiciones para plantear.
Esta semana dan inicio las labores del Congreso general, en el que una
nueva conformación de las fuerzas políticas en el Parlamento podría significar
el advenimiento de una nueva plataforma de oposición. Los partidos políticos
que conforman la alianza del PAN, PRI y PRD, con representación parlamentaria
suficiente, podrán construir y lanzar un discurso crítico contra los
desaciertos y tropiezos de esta administración, que no son pocos. Es el momento
que juntos esperan para relanzar su ideario a nivel nacional.
Si la burbuja de descontento que mantuvo inmóvil al presidente el
viernes pasado encuentra en el discurso del nuevo Parlamento una vía para
canalizar el desconcierto y la frustración, que los mantiene en la pobreza, el
presidente y su partido tendrán serios problemas para conservar el poder en el
proceso electoral de 24.
El mantenimiento de la paz nacional y la posibilidad de que México
inicie un proceso de sanación con miras a una transformación auténtica está
supeditado a la capacidad con que Andrés Manuel López Obrador cuente para
respetar la legalidad e impulsar políticas públicas integrales; para escuchar a
la gente capaz con quien ha decidido formar su equipo de trabajo; y para
alejarse de micrófonos que estarán permanentemente abiertos para grabar y
pregonar sus errores.
Es quizás el último punto en el que su determinación de empezar cada
mañana con ruedas de prensa desde Palacio Nacional demuestre ser un formato de
comunicación social agotado y, ahora, peligroso. Por su proclividad a hablar y
encontrar o construir enemigos, el presidente tiene en sí mismo a su peor
enemigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario