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martes, 3 de octubre de 2017

El filósofo de Güémez ¡Tengo Razón!

Por Ramón Durón Ruíz (†)
En la maravillosa página: www.renuevodeplenitud.com; diariamente nos alimentan con las más variadas y ricas historias, la siguiente es de Maxwell, J. C. (2001; 2003).


“Cierto día, un capitán de barco y su rudo jefe de ingenieros conversaban. Empezaron a discutir sobre quién era más importante de los dos para que el barco navegara. Como la discusión se tornó acalorada, el capitán decidió que por un día cambiaran de trabajo. El jefe de ingenieros estaría en el puente de mando y el capitán en la sala de máquinas.
A sólo unas pocas horas de haber iniciado el experimento, el capitán salió de la sala de máquinas. Venía sudado, sus manos, cara y uniforme estaban llenos de grasa y aceite.

— Creo que tienes que venir a la sala de máquinas. No puedo hacer que los motores anden.
— Por supuesto que no puedes, –dijo el jefe de ingenieros– acabo de encallar el barco.
Qué tontería es, cuando comenzamos a creer que somos los únicos y que el mundo depende sólo de nosotros. En la vida estamos rodeados de personas y cada uno tiene un papel vital que desarrollar. Necesitamos aprender a respetar, amar y considerar al otro, sabiendo que cada uno es experto en algo, cuando nos unimos, es que el barco de la vida no encalla y puede marchar. Dios nos ha dado dones y capacidades a cada uno, pero siempre dejemos que Él sea el capitán del barco.”

Cuando eres capaz de entender tres cosas: 1.Que tu vida está plena de potencialidades; 2.Que otros también gozan de disímiles capacidades y 3.Que hay un capitán que desde arriba los coordina, entonces sabrás que nadie es más ni menos, simplemente somos heterogéneos, porque cada uno tenemos encomendada una tarea diferente; cuando lo reconozcas y respetes crecerás espiritualmente.

Recuerda que tu vida tiene una trinidad, conformada por cuerpo, mente y espíritu, en la medida que las armonices te funcionará mejor, te ayudará a entender que la vida es una fiesta que hay que celebrar con la plenitud de los sentidos.

Diariamente aprende a amar y respetar tu cuerpo; a tener actitudes mentales positivas que lograrás cuando aprendas a vivir en el milagro del HOY, acción que te ayudará a eliminar el miedo que impide a tus alas tomar vuelo, al omitir vivir en los dolores del pasado o en la angustia del futuro.

Dag Hammarsöld afirmó: “El camino más difícil es el camino al interior y por lo menos una vez en la vida debemos recorrerlo”, una vida rica en espiritualidad aleja la posibilidad de “que donde una vez estuvo el corazón… ahora haya una piedra”.

Nunca olvides la transitoriedad de la vida, ocúpate de enriquecerla diariamente con el poder de la oración, del amor, de la esperanza, del perdón, de la actitud mental positiva, que te ayudarán a transformar tu ser en una inagotable fuente de bienestar, prosperidad y felicidad. Cada mañana cree lo que eres, “eres la expresión de lo divino que ha bajado hasta lo humano”, entiende que el mundo gira a tu rededor, es el momento de que tomes conciencia de la importancia que gozas en el juego de la vida.

HOY es el día en el que dejes partir tus miedos, penas, dolores, resentimientos, angustias, déjalos ir, es hora de que fluyas con el universo, de que no busques en el exterior el amor, la felicidad, la prosperidad o la abundancia de bienes, eres la fuente de tus miserias o éxitos; para que goces de la prosperidad primero debes enraizarla en tu interior, que es donde radica el poder de tu vida.

Este viejo campesino es feliz con lo que es y lo que tiene; a propósito iba el Filósofo caminando por la calle, con su compadre Antálgico, quien le reclamaba que por andar en el tema de la espiritualidad se ha olvidado de la belleza de las mujeres, en eso observan que en sentido contrario viene caminando una muchacha llena de una candente sensualidad. El Filósofo le dice a su compadre:
— Mira, esa muchacha trae puesto el calzón de mi amá.
— ¡No ‘ingues! ¡Si ni siquiera conoce a tu mamá!
— ¡Claro que sí! te apuesto 100 pesos a que trae puesto el calzón de mi amá.
— ¡Está bien! pregúntale.
— Disculpe, preciosa –pregunta el Filósofo– ¿de quién es el calzón que trae puesto?
– ¡De tu tiznada madre… ‘endejo!
– Ya ves –dijo el Filósofo– ¡TENGO RAZÓN!

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