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jueves, 8 de junio de 2017

Confusiones electorales

El 5 de junio del año pasado Pedro Pablo Kuczynski ganó las elecciones presidenciales de Perú.

Obtuvo 50.12 por ciento de los votos, mientras que su contrincante, Keiko Fujimori, logró 49.88 por ciento.

Es decir, ganó por una diferencia de 0.24 por ciento. Y, pese a que los adversarios chocaron en casi todos los temas en la campaña, Fujimori reconoció sin chistar que había perdido la elección. Qué envidia.

No hubo voto por voto, ni cuestionamientos a las autoridades electorales. No hubo PREP ni conteo rápido oficial. Los votos se contaron cuando se pudo y el cerradísimo resultado fue reconocido por la candidata perdedora.

En México, en el ánimo de generar certidumbre electoral, acabamos creando confusión e incertidumbre electoral.

El origen de todo estuvo en las elecciones de 1988. La famosa 'caída del sistema' condujo a que se buscara un procedimiento para ofrecer resultados oportunos de los procesos electorales que, aunque no fueran plenamente precisos, dieran tendencias y evitaran que hubieran ‘chanchuyos postelectorales’ que ‘arreglaran’ los resultados de la elección.

Así empezaron los PREP a partir de 1994. El problema con los PREP es que en muchos casos no terminaban de acopiar los datos requeridos el día de la elección, sino hasta el siguiente o los siguientes días.

Y la imagen que se daba del resultado electoral en la noche del día de la elección a veces no correspondía con el resultado final.

La razón es simple. En elecciones cerradas y en un país heterogéneo como el nuestro, los datos electorales que alimentan los PREP tienen sesgos. A temprana hora llegan las cifras de zonas urbanas, en donde se concluye más rápido el conteo de las casillas y es más fácil la comunicación, mientras que las casillas rurales se integran más tarde, lo que generalmente produce un sesgo en los resultados, que hace que difieran del resultado final.

Para evitar ese problema, a partir de 2006 en las elecciones federales y luego en las locales, se instrumentó el conteo rápido.

Este procedimiento toma una muestra amplia –construida con métodos probabilísticos justamente para evitar sesgos– de los resultados de las casillas, digamos que algo así como entre el 8.0 y el 10 por ciento, y sobre esa base proyecta un estimado del resultado.

Como toda estimación muestral, que se basa en probabilidades, existe el riesgo de que en elecciones cerradas no tenga la certidumbre suficiente para anticipar el resultado final.

Eso ocurrió en las elecciones federales de 2006 o en las elecciones de Coahuila del domingo pasado.

Cuando los métodos que pretenden dar certidumbre a los resultados, como el PREP y el conteo rápido, no logran dar pronto un triunfador de la elección, se desnaturaliza el objetivo para el que fueron creados.

Y peor aún, como en Coahuila donde difieren en el probable ganador, los instrumentos que pretendidamente iban a ofrecer certidumbre acaban creando más confusión.

El conteo rápido realizado por la autoridad electoral pone adelante al PAN, pero sin la distancia suficiente para poder anticipar el triunfo del blanquiazul; el PREP, que llegó a un ridículo y sospechoso 72 por ciento de las actas, daba la ventaja al PRI.

Sea cual sea el resultado, provocará suspicacias.

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