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martes, 16 de mayo de 2017

El asesinato de un periodista.


Para el poder siempre habrá excusas. Los patrulleros que tenían que cuidar de Miriam Rodríguez en San Fernando, Tamaulipas, pasaban tres veces al día a ver si todo estaba bien con doña Miriam, luego de que algunos de los asesinos de su hija se fugaran de un penal en marzo.

Chingados criminales que cuando ejecutaron a esa abuela no pudieron siquiera sincronizarse con la patrulla. De haber sido así, sus cómplices
–por acción u omisión– los policías y sus jefes tendrían una coartada. “Se intentó repeler la agresión pero viéndose superados en número y capacidad de fuego retiráronse”, balbucearían.

Pero en Tamaulipas ni falta que hizo. Las autoridades igual salieron con su versión de que Miriam Rodríguez sí tenía protección. Donde los ciudadanos ven una mujer asesinada por denunciar a los raptores de su hija, los poderosos ven una falla de la realidad: ellos pusieron una patrulla a dar rondines, carajo, y la realidad les salió con el factor sorpresa de los malhechores. Para la próxima (porque habrá otra madre amenazada), señor fiscal, que los policías hagan el doble de rondines.

¿Alguien además de su familia y de esas compañeras que buscan sin descanso a sus hijos desaparecidos durmió mal esa noche del diez de mayo, tras saber que asesinaron a Miriam?

¿Alguien en el gobierno federal, en el gobierno de Sinaloa, se desveló anoche por la suerte torcida de Javier Valdez, asesinado al mediodía cerca de su oficina, Ríodoce, que es decir su casa cuando se habla de un periodista?

Los tiros cada vez pegan más cerca. Y no porque Javier fuera amigo de muchos, que lo era. Y no porque Javier ayudara a sus colegas como pocos, que claro que así lo hacía.

Los tiros cada vez pegan más cerca porque los criminales saben que nadie, y menos que nadie gobiernos llenos de pretextos y de frases huecas, hará algo para detenerlos, para castigarlos.

Por eso el recuento va de Regina a Miroslava, y de Miroslava a Javier. Y junto con ellos un centenar de periodistas más o menos conocidos que tienen en común que sobre sus tumbas se podría escribir: impunidad.

Si se atrevieron a matar a Javier Valdez, valiente pero no inconsciente, se atreverán a más.

Total, matan a un periodista, a otro más (suman en 2017 más reporteros asesinados que meses lleva el año), y la respuesta del Presidente de la República, así, en mayúsculas, como les gustan las ceremonias a los ceremoniosos, no va más allá de unos tuits.

“Condolencias etc., etc., etc., etc., etc.”. Bendita la hora en que se inventó esa red social. El presidente postea ahí su condena y a lo que sigue: ¿Y qué, cómo te trataron los greenes ayer, Aurelio? Ah, que tú no le pegas al golf, ¿verdad? Caray mano.

Si matan a un periodista como Javier, como Miroslava, como tantos en este sexenio una parte del país se apaga. Así, se queda a oscuras incluso si hace sol. Porque ese silencio no sólo mata al periodista caído.

Muere la inteligencia y la bonhomía de alguien como Javier. Muere su esperanza y mueren buena parte de sus conocimientos sobre el narcotráfico y la violencia.

Y al no ser natural esa muerte, sino por encargo, esa muerte es también la de su comunidad, que es Sinaloa, que es México. Con esas muertes, gana el silencio. Desde ayer todos sabemos menos.

Pero ellos, los poderosos, saldrán con sus pretextos. Es que está muy difícil todo, y ya ves, él siempre se metía en esos temas.

Cobardes, pretextos de cobardes.

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