Directorio

Directorio

lunes, 9 de mayo de 2016

Carta de una madre anciana

Adulta mayor, sola, pobre y muchas penas y esto se suma que sus hijos se pelean por casa que su esposo le heredó

Padre,
Le saludo con afecto. Soy Ramona, una persona mayor de 84 años, lectora de su revista desde hace algún tiempo. Con respeto le envío mi relato para tener de usted un consejo, como me he dado cuenta que hace con algunas personas que le escriben.

Soy una mujer sola, pobre y con muchas penas. ¿Será que por mi pobreza o por mi edad tan avanzada no tengo derecho a una esperanza de consuelo en mi angustiada y dolorosa vida? Como muchas ancianas sufro de soledad y desprecio por parte de la humanidad, que nos tiene en un concepto erróneo, como si fuéramos objetos inservibles, estorbos, hasta somos la vergüenza de nuestras familias, principalmente de nuestros hijos.

Padre, no tengo con qué mantenerme, ni mucho menos tengo para sostener la casa que con tanto sacrificio edificó mi difunto marido y que mis hijos se pelean por tenerla. Un domingo, reunidos en la casa, mis dos hijos llegaron a un acuerdo, el que se quede conmigo, el que me atienda, se queda con la casa. Me duele saber que para ellos ya no soy su madre, sino una carga que les dará un beneficio cuando muera.

Así inicia mi caminar, un mes con mi hijo, otro mes con mi hija, pero para ellos sólo vale su esposo o esposa e hijos, y la mamá anciana es un estorbo. Entiendo que es su casa y en ella sólo tienen derecho mi nuera y mi yerno, pero ¿tienen derecho a insultarme, humillarme y amenazarme con correrme de su casa?, ¿dónde están mis bellos hijos?

Entiendo que ahora son dueños de sus vidas y de su casa, son los que mandan. Así me dijo mi nuera que me echó a la calle y de ahí fui a buscar refugio en la casa de mi hija, quien a las dos semanas también me echó a la calle a gritos. El esposo de mi hija me dijo: “Váyase y ya no vuelva”, y mi hija para desgracia apoyó su decisión.

Estoy sola, sin el apoyo de mis hijos, ya anciana, sin trabajo y casi en la calle. Mi hija dice que el padre de la iglesia le dijo: “El que no trabaja que no coma”, pero yo ya no puedo trabajar, créame que si pudiera estaría trabajando, pues no le tengo miedo al trabajo, pero estoy muy mala, tengo alta presión, colesterol, artritis y mal de vesícula.

Padre yo le pregunto, ¿por qué a las ancianas todos los males nos achacan, y nuestros hijos son los que están limpios de toda culpa? Perdóneme por todas mis quejas pero no lo hago sólo por mí, lo hago por tanta anciana y anciano que sufre el mismo desprecio por ser viejos.
Ramona. Servidora de Dios y de usted.


Estimada doña Ramona:
Comienzo la respuesta a su amable carta pensando en tantas ancianas y ancianos abandonados a su suerte, como señala usted.

Así, mi primer llamado va para aquellos jóvenes y adultos en plenitud de fuerzas que descuidan o maltratan a sus ancianos. No parecen pensar en lo rápido que pasa el tiempo: “como te ves me vi y como me ves te verás”. Y eso si logras envejecer pues los estilos de vida consumistas y agitados de hoy reducen con frecuencia las posibilidades de seguir viviendo o viviendo sanos; cada vez más jóvenes se enferman de extrañas enfermedades y también son varios los que de repente mueren.


Respeto a los mayores
Si se debe respetar y ayudar a cualquier persona mayor, mucho más a los de nuestra familia. No podemos olvidar que padres y abuelos han trabajado duro para ayudar a sostener el hogar que de niños y jóvenes disfrutamos y que no sólo nos proporcionaron educación básica sino que en muchos casos nos ayudaron para nuestra educación profesional y cuántas veces continúan ayudando aun a gente con carrera o trabajo y ya casados.

Así pues, en el caso de la familia, no sólo se debe respetar a los mayores sino amarlos y cuidarlos. Es ilustrativa aquella historia que cuenta que un adulto cansado “del papá viejo”, lo mandó a un rincón de la casa con sus cobijas y su loza separadas, que “no afearan” ni contaminaran los demás objetos de casa. El hijo pequeño y nieto del anciano, que estaba presenciando todo, se desapareció y al rato regresó con unas cobijas raídas y loza que ya no se usaba. El padre, sorprendido, le preguntó qué juego era ése y el niño le respondió: “Estoy juntando las cosas que te voy a dar cuando tú estés viejo”. Ese niño aprendió rápido la lección mientras que el papá, su guía, quedó aturdido.


Honrarás a tu padre y madre
Bajando a la historia de usted veo con pena cómo ha llegado a su ancianidad en medio del desprecio y la marginación de su familia; no siempre se ve claro cómo evolucionarán los sentimientos de los hijos y las relaciones familiares. ¡Fíjese cómo es el ser humano que llega a trastocar su escala de valores relegando los sentimientos filiales y anteponiendo intereses materiales! Esto lo pienso sobre todo de personas que profesan una religión. ¿Qué su Iglesia no les enseña el amor y respeto a sus padres y a preservar la familia? Por cierto, la hija de usted está interpretando ventajosamente aquello de que “El que no trabaje que no coma”; debería fijarse en el sentido que san Pablo le dio a la frase y no hacerle decir al texto lo que de ninguna manera se le quiera atribuir.

Al ser propietaria de la casa usted tenía todo el derecho de venderla para tener un fondo para su viudez y ancianidad; tradicionalmente se piensa en heredar algo a los hijos y en este caso vemos los resultados; no siempre sucede lo mismo pero suele suceder. No sé si aún se encuentra con ánimos para realizar esa venta y quitar la “manzana de la discordia”, claro que haría algo que sus hijos jamás le perdonarían. Tal vez usted se preocupe por un lugar para vivir y la atención en sus últimos años; la venta de la casa le permitiría alojarse en un asilo donde podría encontrar a otros adultos mayores para platicar y convivir y donde le darían atención y trato digno.

No hay comentarios :

Publicar un comentario