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jueves, 6 de agosto de 2015

No mataron a un periodista… es mucho más que eso

Por SALVADOR CAMARENA




Olviden que mataron a un periodista. Olviden que mataron a una activista. Olviden el nombre del gobernador Javier Duarte. Olviden que Veracruz bajo el mandato de Duarte es un infierno para los periodistas, y para millones de ciudadanos. Les tengo una noticia: en la ciudad de México mataron el viernes a cinco jóvenes (sí, también la trabajadora del hogar fallecida debe ser considerada como joven); en una sola escena, en un solo lugar, mataron a cinco jóvenes. ¿Qué se siente leer eso? ¿Qué hacemos con eso?

Con justa razón, una comunidad –la de los comunicadores– ha reaccionado vehementemente ante el asesinato de un periodista. No era para menos. Uno más, y es de nuevo insoportable. Uno más, y no puede ser que otra vez estemos en esto. Uno más y todo suena, a pesar del renovado dolor para un gremio, trillado. Uno más y por si fuera poco el nombre de Veracruz se repite. Uno más…

Otro periodista asesinado y de nuevo los mismos indignados gritos de siempre, las mismas lágrimas que renacen, la impotencia, la rabia. Un periodista más a la tumba por razones no naturales y las mismas dos orfandades: no levantan la voz los dueños de los medios; y no son protagonistas de este dolor los gobernantes, los que deberían representar al interés público, los que deberían asumir la indignación colectiva y administrar, asegurar, la justicia.

Otra activista asesinada. Otra voz que se levantaba en nombre de los demás que ha sido silenciada. Otra vida cercenada a pesar de lo que prometía, de lo que soñaba, de lo que buscaba para beneficiar a todos. Una bala y adiós. Una bala y de nuevo el silencio de esa que lo único que buscaba era hablar por otros, para otros.

Y a pesar de estos párrafos, de esas dos vidas, olviden por favor eso. Olviden las causas gremiales, pasen por alto el dolor de los activistas. Con eso en mente, querido lector, detente en la oración elemental: en la ciudad de México matan a jóvenes, como antes en Ciudad Juárez; es más, como antes en la misma capital, como en el caso del Heaven.

En la entidad federativa que presume de que a pesar de sus nueve millones de personas “sólo” tiene dos asesinatos al día, de repente le mataron cinco en un solo evento, y para colmo, jóvenes. El espacio que se presumía a salvo de la tragedia nacional despierta de su ensoñación: no era cierto, la violencia está aquí, ya estaba aquí, pero si los muertos se apellidaban Ecatepec, no nos decían nada; si la violencia ocurría en la Gustavo A. Madero, la cosa no era con nosotros, los chilangos del circuito chic; pero esto ocurrió en la Narvarte, en la fresa Benito Juárez, en la delegación que se siente Baviera, casi en la Del Valle, tan cerca que ya es imposible negarlo, obviarlo, evitarlo.

Mataron a cinco jóvenes (sí, la trabajadora del hogar y la chica colombiana también cuentan), y por un momento tenemos que reconocer que si no fuera por los periodistas y por los activistas, que reclaman la muerte de los suyos, en una de esas quizá, increíblemente, no habría tanto alboroto.

Qué bueno que hay una indignación de los de siempre, por los muertos habituales. Qué mejor sería que todos dijéramos: dejen ustedes que hayan matado a un periodista y a una activista, mataron a cinco jóvenes, esto es insoportable, fueran quienes fueran, hicieran lo que hicieran. Insoportable.


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