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lunes, 3 de agosto de 2015

Geografía de la marginación y la pobreza


Pobreza y desgracia, de la mano. (Eladio Ortíz/Archivo)
Las modas periodísticas son eso, modas, que con el tiempo pasan, y parece que los problemas ya no existen. Es el caso de la desigualdad y la pobreza, que no siempre están en las primeras planas, pero existen y persisten. El primer tema ha resurgido, con la publicación del libro El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketti y hace unas semanas con el trabajo que para Oxfam elaboró el economista del Colmex, Gerardo Esquivel, "Desigualdad extrema en México", de lo que se desprende que nuestra desigualdad es mayor a la de otros países, curiosamente igual que la centralización.

El problema no es la riqueza. Sí lo es cuando se da a costa del empobrecimiento de mucha gente y el deterioro de las clases medias; de la muerte de las expectativas de progreso social de los jóvenes, que teniendo una carrera, terminan manejando un taxi, emigran o se dedican a actividades ilícitas.

Un buen antídoto contra la pobreza es el gasto social, bien aplicado y focalizado, no cuando sirve de alimento a la corrupción y la burocracia. Como la de los maestros de la Sección 22 que condicionaban su firma para el programa Prospera a la asistencia a sus marchas.

Desde hace un buen tiempo, la política social cada año recibe proporcionalmente más recursos del presupuesto federal, pero hay muchísimos programas sociales que no sirven –van a desaparecer o fusionarse varios–, pero hay otros exitosos que tienen que fortalecerse, así como mejorar su operación y sus recursos. La política social compensatoria no resuelve los problemas estructurales, ni tampoco elimina el efecto regresivo de algunas políticas económicas y menos los del centralismo fiscal.

La pobreza, no así la desigualdad, nunca desaparece de las promesas de campaña, tenemos buenos programas sociales como la Cruzada contra el Hambre, Liconsa, Diconsa, así como Prospera, pero la pobreza persiste y se refleja más en el México rural, en estados como Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán, para los que también hay un programa especial, que mucho ayudará por supuesto, pero algo falla, y esto es la corrupción.

Finalmente, Coneval acaba de publicar su informe sobre la evolución de la pobreza de 2012 a 2014, y concluye que hoy poco más de la mitad de la población, 55.3 millones de mexicanos, es pobre. Esto es, dos millones más que en 2012, y del total de pobres 28 millones padecen carencias alimentarias.

La geografía de la marginalidad se pinta de rojo. En Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Puebla la pobreza abarca de 65 a 76 por ciento de su población, lo que contrasta con Nuevo León con sólo 20 por ciento. Hubo una pequeña reducción de la pobreza extrema,100 mil menos, pero siguen siendo pobres.

Por su parte, el Inegi, en la última Encuesta de Ingreso Gasto de los Hogares, muestra que en los mismos años los ingresos de los hogares cayeron en promedio 3.5 por ciento en términos reales, más los de la clase media (deciles V a VIII) con menos 5.1 por ciento. Los deciles IX y X acumulan la mitad de los ingresos y con el VIII, tres quintas partes.

Hay factores que intervienen, que habría que analizar, como el incremento de la informalidad, el deterioro de los salarios reales, la menor calidad de los empleos formales creados desde la crisis de 2009 y no festinar antes de triunfar.

Debemos ajustar la estrategia de combate a la pobreza y la desigualdad, revisar la centralización de las normas y la opacidad en su distribución.

No hay mejor programa social que la inversión en infraestructura y la construcción de un clima de negocios que incentive la inversión privada y cree empleos pagados con equidad.

Básico será considerar la participación social en su vigilancia como la contraloría social y la participación ciudadana como han planteado numerosos organismos sociales y privados. Es un desafío de todos.

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