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viernes, 10 de julio de 2015

El regreso de 'El tapado'

Gerardo Galarza



“El que se mueve no sale en la foto” fue uno de los axiomas básicos del sistema político mexicano priista y lo proclamaba, cada vez que podía, el viejo tótem de ese partido y de ese (este) sistema, Fidel Velázquez Sánchez, líder vitalicio de la Confederación de Trabajadores de México, el otrora poderoso sector obrero del PRI.
Don Fidel, como se referían a él los priistas con mucha reverencia (todavía existen muchos de ellos y siguen apareciendo en la fotografía de la política nacional), utilizaba esa frase sobre todo en los momentos en que el juego de la sucesión presidencial parecía salirse de cauce (salirse de madre, dicen los clásicos) y era necesario poner un freno a quienes suspiraban con ser el elegido.
Fidel Velázquez era un hombre sabio en los vericuetos del sistema político priista. Perfectamente sabía que la piedra angular de ese sistema es la facultad del Presidente de la República de designar al candidato de su partido a ese cargo, lo que en los hechos significaba nombrar a su sucesor. Así ocurrió desde que la llamada Revolución Mexicana (en realidad una guerra de facciones) se institucionalizó con el nacimiento del Partido Nacional Revolucionario, el abuelo del PRI, hasta el 2000, cuando su candidato presidencial, Francisco Labastida Ochoa, fue derrotado en las urnas.
Este último hecho significó una nueva etapa en el sistema político mexicano y en su lento acceso a la democracia. Se supuso que él fue el último candidato nombrado desde Los Pinos, aunque se especuló que al presidente Ernesto Zedillo no le interesaba mucho el futuro del PRI que, al parecer, nunca fue su partido. Se escribió, se dijo, se analizó como el fin de El Tapado, aquella figura caricaturesca surgida del trazo y la ironía del gran Abel Quezada, precisamente, en estas páginas de Excélsior.
Y sí, Fidel Velázquez tenía razón: el que se movía no salía en la foto… ni como candidato y ni siquiera como colaborador del nuevo sexenio. El recientemente fallecido Manuel Camacho Solís, estudioso sobresaliente del sistema político mexicano, es un ejemplo de ello. Él aguantó y no se movió en aras de una candidatura presidencial. Al no obtenerla “se movió” y su carrera política en el PRI concluyó.
Los triunfos de Vicente Fox y Felipe Calderón dejaron a los priistas 12 años en la orfandad política. Les quitaron su punto de referencia, su estrella polar. Voltear a Los Pinos resultaba inútil. No había “línea”. El faro de la política nacional, el líder nato del partido, el jefe de Estado y jefe de Gobierno ya no era priista ni sus decisiones eran inapelables. Mucho menos las horas de la política eran las que marcaba el reloj presidencial. Y lo peor: el futuro político ya no lo decidía el dedo presidencial.
Como pudieron, los priistas optaron en 2006 por la candidatura de Roberto Madrazo, el primero que no fue designado, seleccionado, señalado por el inquilino de Los Pinos.
En el sexenio de Calderón, los priistas entendieron que divididos, como antes de 1929, no lograrían ningún triunfo y encontraron, ¡sorpresa!, en la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) el lugar para dirimir sus diferencias y reagruparse como miembros de un partido. Poco se ha estudiado, pero la candidatura presidencial de Enrique Peña Nieto fue resultado del acuerdo de los entonces gobernadores priistas… a falta del dedazopresidencial. Para eso sirvió la Conago. Hoy, ¿dónde está? A los gobernadores priistas ya no les interesa; hoy tienen —como antes— su sol en quien habita la residencia presidencial de Los Pinos.
Por eso hoy, en 2015, no hay públicamente ningún priista que diga que quiere ser candidato a la Presidencia de la República, mientras en la oposición hay ya candidatos y precandidatos que luchan en sus partidos y de frente a la ciudadanía.
En la oposición no es novedad. Y a los nombres de Andrés Manuel López Obrador, Margarita Zavala y Miguel Ángel Mancera se sumarán otros, sin duda. Ello ocurre en cualquier sistema que se precie de democrático.
No ocurrirá en el PRI. Con toda seguridad se regresará a la práctica del tapadoy del dedazo. No es que Fidel Velázquez haya resucitado; lo que no ha muerto es su espíritu. Los priistas que suspiran a la candidatura saben, es casi genético, que quien se mueve no sale en la foto.
Ni modo, la democracia mexicana todavía no da para el juego abierto. Los ciudadanos deberán, como siempre, acabar con ello. No hay de otra, salvo que esos mismos ciudadanos opten por la regresión.
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