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martes, 5 de mayo de 2015

De póquer y democracia

Las elecciones comenzaron a ser interesantes a partir de 1988 cuando Cuauhtémoc Cárdenas desafió al candidato del partido hegemónico, Carlos Salinas. A partir de entonces las reglas se modificaron.

Por Leo Zuckermann

Este fin de semana jugué un juego que me fascina: póquer. Me fue mal. Después de perder lo presupuestado, me levanté de la mesa. Ya en la cama, sin poder conciliar el sueño, evalué lo sucedido. Algunas manos las había perdido por mala suerte. Otras porque mis contrincantes tuvieron una mejor estrategia. También cometí terribles errores. Lo que en ningún momento pensé es que perdí por las reglas del juego.
¿Por qué menciono esto?

Como politólogo, otro juego que me atrae es el de las elecciones en una democracia-liberal. En la competencia por el poder no sólo participan los partidos y candidatos. Hay otros jugadores periféricos: gobiernos, grupos de interés, estrategas, publicistas, encuestadores y medios. En México nos tardamos pero por fin establecimos este juego político, mucho mejor al anterior. El problema es que lo estamos matando con un sin número de reglas estúpidas.

Las elecciones comenzaron a ser interesantes a partir de 1988 cuando Cuauhtémoc Cárdenas desafió al candidato del partido hegemónico, Carlos Salinas. A partir de entonces las reglas se modificaron para transitar de un régimen autoritario, donde siempre ganaba el PRI, a uno democrático donde se instaló la incertidumbre en los resultados. Esto permitió que Fox ganara la Presidencia en 2000 en una elección fascinante. Pero creo que fue más interesante la de 2006. Me atrevería a caracterizarla como la más auténtica y competida de la historia contemporánea.Calderón le ganó por un pelito al amplio favorito, López Obrador.

A partir de entonces comenzó a descomponerse el juego. Los perdedores, en lugar de responsabilizarse por su derrota, le echaron la culpa a las reglas y al árbitro. Por increíble que parezca, los ganadores les dieron la razón. Calderónapoyó una Reforma Electoral, la de 2007, que diseñaron los perdedores: la izquierda y el PRI. Empezó, así, un proceso de sobrerregulación de los comicios.

Las elecciones de 2012 ya fueron más burocráticas y aburridas. Otra vez los perdedores le echaron la culpa a las reglas del resultado y otra vez el ganador,Peña, aceptó cambiarlas por las que querían el PAN y la izquierda. De esta forma llegamos a la situación actual donde las elecciones se han convertido en un galimatías de reglas intrincadas que interpretan árbitros sin sentido común. Hay normas para todo: para las encuestas, para las campañas negativas, para los debates, para las entrevistas y para un largo etcétera.

Pongo un ejemplo. Digamos que un medio o asociación vecinal quiere organizar un debate de los candidatos en su distrito electoral. Lo lógico sería hacerlo entre los dos o tres que tienen más posibilidad de ganar en un formato donde se puedan confrontar las ideas. Imposible. De acuerdo con las normas del INE, primero hay que avisarle a la autoridad con tres días de anticipación señalando el formato y tiempos acordados, la fecha, lugar, el nombre del moderador y los temas a tratar.

Segundo, hay que invitar a todos los candidatos de los diez partidos más los independientes y probar, con constancias, que se extendieron las invitaciones. Tercero, se tienen que cronometrar los tiempos para que todos puedan hablar lo mismo. Cuarto, no puede haber cortes comerciales. Y quinto, los elementos de producción tienen que ser previamente consensuados con los participantes. ¿Quién, en sus cinco sentidos, va a querer organizar un evento de este tipo? ¿Qué es esto? Un debate no es: nada se puede debatir de esta forma. En los hechos, la regla está hecha para que no haya debates. A eso hemos llegado: a una democracia sin debates.

Tengo la impresión que muchas de las reglas diseñadas por los perdedores desincentivan lo que debería ser común y corriente en una democracia: la participación de la sociedad civil en las campañas, la publicación de encuestas, las campañas negativas, los debates y las entrevistas en los medios. Tantas reglas, cada vez más estúpidas, y árbitros que las interpretan sin sentido común están alejando a muchos jugadores del juego de la democracia.

Es como si en el póquer los perdedores rediseñaran las reglas cada vez que perdieran. Acabaría siendo un juego absurdo donde, por ejemplo, todos los jugadores tendrían que tener las mismas fichas y barajas para que nadie tuviera ventaja. Si de repente alguien despuntara, los otros pedirían la intervención del crupier para sancionarlo.
Y los crupieres se la pasarían revisando cada una de las jugadas. ¿Se imagina usted este juego estúpido y aburrido? ¿A quién le gustaría jugarlo? Me temo que hacia allá va nuestra democracia.

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