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martes, 5 de mayo de 2015

Ante la violencia, conciencia social

A los militares caídos en Jalisco

Los recientes acontecimientos violentos, ocurridos en el estado de Jalisco, parecen volver a provocar espasmo y desencanto entre la población y los medios de comunicación, como si se tratara de eventos desconocidos u originales. No es que me parezca inadecuado o impropio que las personas y las organizaciones civiles expresen su preocupación por la violencia, o que manifiesten su deseo de contar con protección y seguridad efectivas. Ése no es el problema.

Lo ocurrido durante los días 1 y 2 de mayo en algunos municipios y ciudades de Jalisco fue, sin duda, una serie de eventos detestables, producto de la continuada guerra contra el crimen organizado y contra la impunidad. Los bloqueos, las muertes y los actos de destrucción no pueden, ni deben ser aceptados o tolerados por autoridad alguna, y mucho menos por la Sociedad.

Pero entonces, ¿por qué, pese a todo lo ocurrido, seguimos sintiendo tan enorme frustración, enojo e indignación? Desde mi perspectiva, la cuestión reside en que no hemos terminado de entender que los problemas que vivimos no son pasajeros, ni producto de una mala racha. Que todas estas malas cosas no provienen de una maldición gitana o de que a unos cuantos malos ciudadanos se les ocurrió dedicarse a cometer delitos.

En el fondo de todos estos asuntos se encuentran decisiones inadecuadas y, sobre todo, respuestas pobres e insuficientes a los retos que en el pasado reciente tuvimos todos los mexicanos. Tal y como lo demuestran los múltiples diagnósticos aplicados, las causas de nuestra aciaga situación residen en que durante las últimas décadas del siglo pasado y la primera de éste, Sociedad y Gobiernos optamos por aplicar remedios simples a situaciones complejas, atendimos el síntoma y no la enfermedad.

Pobreza, desigualdad social y territorial, déficit en servicios y muchos otros problemas fueron atendidos de forma parcial y poco profunda, aún cuando las soluciones involucraran una gran cantidad de recursos económicos y materiales, bajo la forma de políticas y programas de rasgos faraónicos: Pronasol, Oportunidades, Guerra contra el crimen, etcétera.

Pero prácticamente en todos los casos, lo que se hacía asumió la forma de un proceso en el que el gobierno debía tratar por su cuenta y riesgo con los pobres, los excluidos, la contaminación y los demás problemas… mientras tanto, la Sociedad nos dedicamos a abrazar y disfrutar los beneficios que la incipiente democratización y nuestra entrada a la Era de la Globalización nos ofrecieron…

Hicimos de la tecnología y las, así llamadas, redes sociales ejercicios fútiles y banales… salvo casos contados, la participación ciudadana en los asuntos públicos no ha mejorado cualitativamente. Ahora disfrutamos de una mayor capacidad de denuncia, pero poco hacemos por incrementar nuestra presencia e incidencia (aunque solo fuera virtual) en la definición, seguimiento y evaluación de políticas y programas públicos.

En la era de las TIC, los consejos y observatorios de carácter ciudadano siguen siendo campo de actuación exclusiva de unos cuantos grupos y líderes. Pero ello no impide que miles de millones de fotografías y comentarios sobre la trascendencia de lo irrelevante inunden y desborden las redes de comunicación y contacto.

En el colmo de lo absurdo, las redes sirven hoy en día más para difundir el morbo y la desinformación, que para transmitir con efectividad un mensaje con datos precisos y útiles para enfrentar los retos cotidianos.

De ahí que parezca pertinente insistir en la idea de que, sólo en la medida en que todos los ciudadanos asumamos seriamente la complejidad de nuestros problemas comunes, habrá mejores respuestas a los graves retos que encaramos.

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