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jueves, 18 de diciembre de 2014

Corrupción

México.- Las teorías de la conspiración van y vienen para darle una lectura, desde la política, al diluvio incesante de casos de corrupción que día a día se ventilan públicamente.

Desde las esferas del poder hasta las sobremesas más comunes, las teorías de la conspiración van y vienen para darle una lectura, desde la política, al diluvio incesante de casos de corrupción que día a día se ventilan públicamente y ponen en entredicho la legitimidad del gobierno en medio de una aguda crisis de desconfianza.

Que si el grupo Sonora y el grupo Atlacomulco en su lucha por el poder, que si las elecciones de 2015 y las de 2018, que si los partidos miran para otro lado, que si se trata de venganzas… Más cerca, a nivel tierra, está la realidad tangible: una casa multimillonaria en las Lomas a nombre de la esposa del Presidente de México gracias a Televisa y al constructor más beneficiado con obras públicas en el Estado de México cuando el hoy Ejecutivo era gobernador, Juan A. Hinojosa, dueño del grupo Higa, quien, a su vez, gana recientemente la licitación para el tren México-Querétaro que es cancelada sin explicaciones días antes de que Carmen Aristegui publique el reportaje que revela el conflicto de interés detrás de la casa blanca. Además, resulta que el mismo empresario es quien construye la casa de campo del secretario de Hacienda, con crédito incluido. Todo, argumentan con enfado, es “legal” y les indigna la sospecha de corrupción que irrita a la sociedad.

La iniciativa “urgente” para un sistema anticorrupción que debía discutirse en el Congreso se entrampa y queda pendiente para enero porque los legisladores se van de vacaciones. Un día después, y luego de 19 años, se exonera a Raúl Salinas de Gortari del delito de enriquecimiento ilícito. Además, están los despilfarros y lujos de líderes sindicales, gobernadores…

El ciudadano mira y acumula resentimiento, pero también asume aspiraciones y falsos valores. Lejos queda la idea de que el hombre de Estado es un hombre virtuoso que trabaja por el bien común; el bienestar social se confunde con acumulación material; ya no gana el candidato con más cualidades, sino el que tiene más dinero para sus campañas; el creciente poder de unos cuantos empobrece a las mayorías; el sistema económico queda por encima de los valores éticos y las leyes del mercado gobiernan sin restricciones por encima de la igualdad y la justicia; el individualismo arrasa con el sentido de comunidad… Y en el imaginario colectivo, como dice el filósofo Javier Gomá, se instalan “la ostentación, el consumo excesivo, la gran vulgaridad moral”.

“¿Y qué es la corrupción sino la vulgaridad del nuevo rico pasada a la política?”, dice el autor de Ejemplaridad pública (2009). En una entrevista con El País (3/12/14), el también presidente de la Fundación Juan March en España suelta una idea que alumbra: “El cumplimiento de la legalidad es condición necesaria, pero no suficiente” y “ese plus respecto a la legalidad lo cubre el concepto de ejemplaridad”.

La vulgaridad moral que nos rodea ha borrado la práctica de la ejemplaridad y ha devaluado la palabra “ideal” que, ahonda Gomá, es una propuesta de perfección humana y social que nunca se realiza pero sirve para avanzar e iluminar posibles salidas. Como la erradicación de la impunidad, por ejemplo.

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