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lunes, 15 de julio de 2013

Deslindes

Por ARMANDO SEPULVEDA IBARRA

Partidos Corruptos

A nadie asombra, ni siquiera a los menos curiosos o a los niños, la reciente noticia dada a la estampa por El Mexiquense, acerca de que los partidos y los políticos encabezan la selecta y exclusiva lista de “los más corruptos de México”, por encima inclusive de la policía y del poder judicial, aunque al amable lector le cueste o tarde tiempo para digerirlo y creerlo.

A falta de alguien con fuerza legal y autoridad moral que los castigue, exhiba y expulse de su paraíso de corruptelas e impunidades, los políticos han convertido a los partidos en un jugoso negocio donde, sin inversión ni esfuerzo, enriquecen sus bolsillos con el intercambio de intereses y favores, amén de las tajadas que se reparten como las famosas prerrogativas con que sangran al erario vía el vergonzoso presupuesto del Instituto Federal Electoral.

Bajo el amparo de leyes que ellos mismos aprueban y limitan en sus alcances con el visionario y cauteloso tino de protegerse cuando dejen las esferas del poder, los políticos y sus partidos se reparten los puestos más codiciados del gobierno, los burocráticos y legislativos (donde hay tesoros públicos o caminos para imantarlos), a la espera de servirse con el cucharón más grande y, con suerte, de engrosar poco tiempo después las crecientes filas de los nuevos ricos.

En defensa de los privilegios de dudosa procedencia los mismos partidos, desde las cámaras legislativas, han puesto valladares al proyecto de Ley de Transparencia concebido para obligar a los políticos a rendir cuentas claras a la sociedad respecto del uso y destino de los recursos públicos que, hasta el día de hoy, manejan como si fueran propios: sin una autoridad que los siente en el banquillo para esculcarles sus cuentas bancarias o la de sus prestanombres.

Para nadie es un secreto que el Instituto Federal Electoral -- ¿a quién sirve?, ¿para qué sirve? – es desde hace años el principal barril sin fondo que alimenta a los partidos y los políticos con toneladas de dinero de los contribuyentes y, lejos de ser un réferi imparcial, ensucia más las siempre desaseadas elecciones con sus partidistas y torpes fallos cuando debería calificarlas con pulcritud por mandato de ley.

Si echamos un vistazo al frenético despilfarro de recursos públicos avalado por el comediante-presidente Leonardo Valdez Zurita y su coro de magistrados del IFE, en un país con hambre de comida y hambre de justicia social y justicia a secas, nos damos cuenta que sólo en 2013 este desprestigiado instituto gastará 7,277 millones de pesos para bendecir las porquerías de los simulacros de procesos electorales con que quieren simbolizar la democracia, mientras los partidos engordarán los morrales de sus dirigentes y otros adalides de la partidocracia con la por igual escandalosa suma de 3,742 millones de pesos.

De modo que el costo oficial de las elecciones del 7 de julio pasado, más la inmensa e inútil burocracia del IFE y los sueldos y desvíos de la alta burocracia de los partidos, alcanzará la ofensiva cantidad de 11,198 millones de pesos. Nada más súmele: un consejero del IFE cobra de sueldo más de 200 mil pesos mensuales en un país con más de la mitad de su población inmersa de en la pobreza.

Aquel mar de dinero fluyó con poca o nula ganancia, porque (como siempre) proliferaron en los catorce estados donde hubo votación todos los vicios del sistema engendrados durante innovadoras décadas de marrullerías por el PRI y mejorados por sus alumnos en estos menesteres de las trapacerías electorales, es decir, el PAN y el PRD y sus respectivos satélites bastardos (PVEM, Panal, PT y Movimiento Ciudadano, botines de unos cuantos vivillos entre familias y amistades).

Toca a la propia sociedad medir la eficiencia y honestidad de los institutos electorales y de los partidos y los políticos -- que modulan la voz cuando mencionan la palabra democracia con una sorna involuntaria nacida del subconsciente, como si en realidad la hubiera y eligiéramos como un espejo de Suiza --, así como el precio del dispendio de miles de millones de dólares, con la triste cifra oficial de la participación ciudadana el pasado 7 de julio:

Sólo votó menos del cincuenta por ciento del padrón electoral, incluyendo por supuesto la compra de votos, los acarreos, los carruseles, el clásico robo y embarazo de urnas y demás vicios ancestrales que, por esta vez, ni los ojos del IFE ni de otras instancias vieron tras sus costosas vendas.

¿Acaso vendrán los cambios cuando ya nadie asista a las urnas?

armandosepulveda@cablevision.net.mx

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